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WORLDS
COLLIDE †
Episodio II · LA NOCHE DE LAS FIERAS
Todas
las monedas tienen dos caras. Todos los días tienen noches. Todas las noches
tienen acontecimientos apócrifos e intensos bañados en la segura oscuridad, en
la ominosa negrura. Japón tenía cada vez más actividad nocturna de todos los
tipos y, en ciertas zonas de las grandes capitales, proliferaban los barrios
rojos y las salas de espectáculos eróticos. En uno de los puntos más recónditos
de la zona nocturna más concurrida de Tokyo, se alzaba un pabellón del placer,
una sala de espectáculos de artistas exclusivamente femeninas, abierta para
todos los que pudieran permitírselo y gustasen de la belleza del cuerpo de la
mujer. Pese a sus duras tarifas de entrada y el precio de las consumiciones,
todas las noches había gente disfrutando. La más inmensa mayoría estaba
compuesta por hombres, pero también había mujeres, siendo el número de éstas
cada mes un poco mayor. Pese a que era una hora muy avanzada de la madrugada,
el ritmo de actividad del local no cejaba. En la enorme tarima central se
sucedían bellas mujeres que realizaban cuasi-inverosímiles actuaciones, todas
ellas relacionadas en cierta medida con la danza erótica. El punto de inflexión
de la velada lo marcó una modelo muy precoz que subió decidida a la tarima.
Tenía aspecto de ser mucho más joven que las anteriores, prácticamente una
adolescente. Su cuerpo, de gran altura y envergadura, era atlético, musculoso,
pálido y centelleante. Sus hombros eran marcados y anchos, su perfil muy
curvado hacia adentro, abriéndose en anchas caderas, con enormes glúteos y
hermosas, definidas y grandes piernas. Sus gigantescos senos lucían prietos y
bien subidos. Su roja y brillante melena regaba su cuerpo, cubierto por un
vestido negro con reflejos plateados y amplísimo escote que le tapaba hasta la
mitad de los muslos, quedando su melena un poco por encima de esa altura. Sus
ojos, de color plateado, otearon la estancia. Entre dos mástiles que decoraban
la tarima en sus extremos encajó horizontalmente una barra metálica; la
estructura tenía varios huecos para poder fijar la barra a una amplia gama de
alturas.
Con
todos ustedes…-dijo el anunciador-…nuestra chica revelación, la jovencísima,
experta y sensual… ¡Ibara Kasumidai!
Tras el
cálido recibimiento del público, la chica alzó un brazo, hizo un gesto con la
mano y comenzó a sonar una canción.
Comenzó
a bailar. Sus sensuales movimientos comenzaron a encandilar al público, y su
maestría era más que notable: incluso con sus enormes tacones, unas gigantescas
plataformas de aspecto vítreo esmaltado en plateado que superaban las decenas
de centímetros, no dejaba de moverse con precisión, agilidad y sensualidad. Al
llegar el estribillo de la canción, alzó su brazo y lo bajó bruscamente, como
si diera un latigazo. Del perímetro de la plataforma salieron chorros de
brillante fuego, exhibiendo un genial control pirotécnico por parte del local.
Continuó bailando y, cuando las llamas se hubieron disipado, pegó sus costillas
a la barra, doblando a la vez sus rodillas, haciendo que sus enormes pechos se
acumularan sobre el mástil horizontal. Mientras el público la vitoreaba y la
miraba con deseo, la chica dobló más sus piernas y pasó por debajo de la barra,
separando mucho ambas extremidades en el proceso, como si jugara al limbo.
Continuó con sus rítmicos movimientos y bajó la barra dos niveles de altura con
una mano. Acto seguido, siguió bailando
con sensualidad, haciendo alarde de una gran flexibilidad. Siguió jugando al
limbo e incluso bailando encima de la barra horizontal, apoyando sus pies en
ella, burlando el riesgo de caída que eso suponía. Estando de pie en la barra,
se arrancó el vestido, quedando en ropa interior, exhibiendo un conjunto de
sujetador y bragas de color negro con lazos grises. Se bajó de la barra con una
voltereta, se abrió de piernas vehemente como si lanzase dos patadas y lanzó
por los aires sus tacones. Mientras retozaba y hacía provocativos movimientos
en el suelo, se desabrochaba el sujetador. Finalmente, se levantó, se lo
arrancó y dejó sus pechos posarse de nuevo sobre la barra mientras la bajaba de
altura. En las últimas notas de la canción, bajó la barra a lo mínimo que pudo
para caber ella por debajo y, mientras pasaba abierta de piernas, se arrancó
las bragas, quedando totalmente desnuda ante el público, al cual le dedicó un
artístico giro triple sobre sí misma mientras saludaba con una magnética
sonrisa. Mientras la despedían con aplausos y vítores, recogió sus cosas y se
retiró hacia los camerinos.
. . .
Japón
se convertiría en su segunda casa si todo aquel asunto seguía así. No paraba de
viajar al país del Sol Naciente desde su tierra, muy alejada, por motivos de
trabajo. Durante las noches, sus pocas horas de tiempo libre, pues era un ave
nocturna, una persona de poco dormir, se dedicaba a lo que mejor se le daba,
esto es, a hacer lo que le daba la real gana, sin restricciones de ningún tipo,
ni represión, ni tabúes. Aquella noche tocaba pasearse por un antro. Sentía
curiosidad por ver un espectáculo erótico entero o, al menos, una actuación, ya
que todas las veces que había pasado a un local de esa índole, que no habían
sido pocas, habían sido para matar a alguien…que solía morir el último porque
no le gustaba hacer un ejercicio sin un buen calentamiento. Era muy inteligente
y comprendía muy bien las cosas, pero no las compartía. ¿Qué demonios era todo
eso? Su madre, una mujer, se había enamorado y se había entregado a los brazos
de su padre, un hombre. El amor heterosexual funcionaba así de sencillamente, y
no apreciaba, a la vez que defendía que, de hecho, no había, diferencia alguna
con el amor homosexual o cualquier otro amor. No obstante, no veía el sentido
de eso en su vida. ¿Se suponía que ella tenía que enamorarse de alguien, fuera
hombre o mujer? Lo veía una total,
completa y absoluta pérdida de tiempo. Además, le quedaban pocas posibilidades:
los hombres, como la sociedad llamaba a lo que a sus ojos eran burros de carga,
le daban un asco inefable, y las mujeres eran todas unas arpías envidiosas que
se creían a su magna e inalcanzable altura. Y así, nadando en su egocentrismo y
su misantropía, llegó a la puerta de una sala de espectáculos eróticos de
aspecto poco fiable. Se suponía que allí iba a ver a hombres en acción,
desatando su sensualidad y su arte en actuaciones de danza erótica. Quería ver
qué era exactamente lo que le había podido llamar la atención a su madre o a
cualquier otra mujer que, como ella, tuviera o hubiera tenido un hombre en su
vida. No iba a cambiar de opinión en nada, pero siempre estaba bien saciar la
curiosidad. Al acercarse a la entrada, un hombre vestido elegantemente y con el
pelo recogido en una coleta se le puso delante. Titubeó un poco al verse
sumamente pequeño ante la recién llegada, pero pronto se recuperó.
La
entrada cuesta…-intentó decir el hombre.
Antes
de terminar la frase, se vio con una gumía atravesando limpiamente su cabeza.
Se desplomó en el acto.
¿En
serio pensabas cobrarme por esta mierda?-preguntó para sí-No me hagas reír.
La
chica pasó por su lado, subiéndose levemente el largo, voluminoso, pesado y
vaporoso manto negro que cubría la totalidad de su cuerpo. Sus manos estaban
cubiertas por guantes negros, y no se veían sus pies ni sus piernas. Sólo se le
veían el cuello y la cabeza fuera de la túnica: su piel era muy pálida y
brillante, y sus ojos, de color marrón. Su cabeza estaba adornada con una larguísima
melena rosa a ras de suelo que caía lacia por su espalda, llevando dos mechones
por delante, cayéndole por los pechos, los cuales se adivinaban enormes bajo su
atuendo, así como una diadema negra adornada con simbología celta que le alzaba
la parte de atrás del pelo, creando un desnivel abombado muy elaborado. Cuando
entró al local, lo vio lleno de mujeres muy bien vestidas…o, al menos, del
concepto de “muy bien vestidas” que tenía esa sociedad clasista, superficial,
retrógrada y llena de prejuicios que con tan profundo y ácido sarcasmo adoraba.
El antro estaba orientado de una manera tal que las mesas, las sillas, los
sofás y demás mirasen todos a un extremo del local, formado por una ancha
tarima de planta rectangular con borde frontal redondeado en arco elíptico, de
un brillante y metálico color gris, iluminada por potentes focos. En aquel
momento, un hombre muy musculoso estaba bailando mientras se untaba en aceite y
hacía movimientos resbaladizos por presión gracias a él.
Qué
puto asco…-susurró la chica mientras se colocaba entre el público en un punto
donde la visibilidad fuera óptima.
¿Por
qué todas aquellas mujeres eran tan pequeñas? Sin darle mayor importancia,
observó cómo el aceitoso y hercúleo joven se retiraba por la parte trasera de
la tarima con una cálida despedida de aplausos y gritos.
El
siguiente en exhibirse era totalmente distinto. No sólo era mucho más alto que
el anterior, sino que, además, tenía una complexión totalmente inversa: su
extrema delgadez hacía dudar de si realmente tenía los pies en el suelo, su
cuerpo era huesudo y su piel era casi del color del papel. Tenía una alborotada
melena plateada larga hasta la mitad de la espalda con un tupido flequillo que
le tapaba media cara y apenas dejaba ver sus ojos, que se intuían de un
brillante y cargado color carmín. Vestía un collarín de cuero con correas muy
prietas tan largo como su cuello, un principio de capa negra que rodeaba sus
hombros y le tapaba las clavículas y los pectorales, unos guantes negros muy
largos, unos pantalones muy apretados llenos de cadenas y correas, también
negros, llenos de rajas que dejaban entrever sus piernas, una sobrefalda de
tubo del mismo color y unas botas también a juego, de caña alta, suela gruesa y
cordones de color gris azulado. A la recién llegada seguía sin entusiasmarle la
idea de un hombre, y lo veía tan prescindible, contingente, insulso y anodino
como el resto de los seres que la rodeaban, pero al menos era algo distinto.
Enseñaba casi todo su tronco superior y parte de sus brazos, y tenía un cuerpo
difícil de fotografiar mentalmente. De su sobrefalda colgaban manojos de
cadenas de distintas formas y longitudes, así como cruces invertidas. Mirándolo
bien, con su complexión, su postura, su pelo alborotado y las posiciones de su
boca, aquel individuo, que tendría que ser algo menor que ella en edad, parecía
un perro.
Para
sorpresa de la joven de cabello rosa, el público miraba con deseo a aquel
intento de espectro encarnado, y no sólo las mujeres. También la fracción de
hombres que había en el público se había alborotado y no paraba de comentar y
observar con emoción.
Con
vuestros corazones esta noche…-se anunció por megafonía-…el sensual…el único…el
irrepetible…el violento, fogoso, fiero y menos humano de nuestros
especímenes…encerrado en su jaula, aislado de la luz y privado de su
antirrábica durante todo el día, esperando a que llegara la hora…desde los
anales de las tinieblas llega para seduciros…él es… ¡Itami Kirishima!
Se oyó
activarse un mecanismo. Una barra vertical descendió del techo y se encajó
firme y fuertemente en un agujero que se había abierto en el suelo. Comenzó a
sonar su canción.
Los
movimientos de ese chico eran estilizados y resbaladizos. Tenía mucha
flexibilidad y una gran movilidad. Mientras se movía, parecía como si el aire
desabrochase todas sus correas, quedando su ropa cada vez más suelta. En el
primer estribillo, saltó hacia la barra y comenzó a deslizar por ella y a girar
a su alrededor, despidiéndose de sus botas y de sus guantes. Tras ello, se echó
al suelo, donde empezó a moverse como lo que la chica describiría como un
auténtico perro en celo, el típico macho insistente e insoportable. Pronto se
deshizo del resto de su ropa, quedando en calzoncillos ante la barra. Sus
bóxers eran negros y ajustados, algo más largos de lo normal, parecidos a las
mallas de ciclista y de un material parecido al neopreno.
¿Qué
demonios…-pensó la chica.
No
tenía erección apreciable, pero su miembro viril era de una magnitud que
superaba con creces la media. No le interesaba nada el mundo del sexo, pero
conocía el cuerpo humano lo suficiente como para saber que una vagina humana
promedio experimentaría dificultades, si no imposibilidad, para abarcar aquel
apéndice descomunal. En uno de los últimos estribillos, se arrancó los
calzoncillos agarrándolos por el medio, como si sus manos estuviesen afiladas.
Dejó que su enorme pene cayera lacio entre sus piernas. Era realmente
gigantesco, y parecía aún más grande debido a la estrechez de su cuerpo. Apenas
tardó unos segundos en endurecerse por completo cuando lo agarró por la cabeza
con una mano, retirándose el prepucio. La chica lo miraba con atención. Estaba
harta de ver cuerpos humanos, tanto desnudos como vestidos, tanto de una pieza
como seccionados, pero… ¿era eso lo que ofrecía un hombre? ¿Esa simpleza
encandilaba a una mujer? Le parecía patético. No obstante, no le daba asco
ninguno. Cuando el día a día consiste en despedazar a la gente y esparcir sus
vísceras, nada es asqueroso, si bien tampoco le parecía bonito ver a aquel
chico bailar con su descomunal falo.
Cuando
terminó el baile, el chico saludó al público con una sádica y macabra sonrisa
mientras hacía poses eróticas. La chica decidió actuar y, con un ágil y
silencioso salto, se posó ante él en la tarima.
Eh.-le
dijo-¿Sabes dónde se hacen peleas por aquí cerca?
El
chico la miró. Su erección estaba bajando, pues el show había terminado,
pero…al ver a aquella dama tan hermosa, volvió a endurecerse, incluso más que
antes. Se relamió y comenzó a babear. Su miembro viril goteó suavemente.
Qué
asquerosidad de persona.-pensó la chica-Higiene nula o negativa.
Al
final de esta calle hay un sitio donde se hace de todo.-respondió con un tono
dulce a la par que ácido-Lucha de jaula, lucha libre, artes marciales
mixtas…todo vale, y se admiten apuestas.
Dinero.-dijo
la chica, tras lo cual se esfumó.
Ante la
perpleja multitud, el chico cogió sus cosas y se retiró por la parte de atrás.
Ya en el camerino, cogió su teléfono móvil.
¿Ibara?-preguntó
al escuchar el sonido de descuelgue.
Hola…-dijo
la chica desde el otro lado-…mi sucia perra.
¿Cómo
ha ido?-siguió preguntando el tal Itami mientras se tocaba todo el cuerpo
frente al espejo pensando en la chica.
Genial.-respondió-Una
pasta. ¿Y tú?
Otra
tanta.-continuó el chico-Quiero verte.
Y
yo.-contestó la chica-¿Nos vemos donde siempre?
De
acuerdo.-respondió el chico en un arrebato de pasión-No te prives…hazme de todo
esta noche. Estoy muy sucio y alguien tiene que castigarme por ello…
Te vas
a enterar, saco de pulgas.-respondió la chica con desdén.
He visto
a un ángel, Ibara.-el chico cambió de tema-Estaba buenísima…y era tu tipo.
Dile
que se venga y nos montamos un trío, ¿no?-preguntó Ibara.
Se ha
ido…-se lamentó Itami-…aunque no pasa nada. No hay ninguna mejor que tú.
Desde
luego que no.-dijo la chica-Vamos a saldar nuestras cuentas pendientes y luego
me cuentas cosas de esa chica…habrá que visitarla para ver si está tan buena,
¿no crees?
Creo
que la conoces.-respondió el chico-De hecho, yo he creído reconocerla.
Ah,
¿sí?-preguntó Ibara-¿Quién piensas que es?
¿Verdad
que te suena el nombre de…-preguntó Itami.
. . .
…AQUANIKA
VINOKOUROV!-exclamó el presentador de las peleas ilegales.
Sobre
el ring saltó la chica que antes había estado en la sala de hombres. Había
dejado atrás su místico atuendo y se había colocado un top deportivo negro de
tirantes con un amplísimo escote y el dibujo de una valquiria en los senos,
unas calzas de boxeo de color rosa fucsia brillante, unas botas de boxeo negras
y unos guantes de boxeo violetas. Se había soltado el pelo por completo. Su
oponente era un boxeador casi tan alto como ella, pero mucho más ancho, y
presentaba una musculatura de aspecto durísimo.
¿Qué
hace una florecilla como tú en un campo tan inhóspito como éste?-preguntó el
hombre, que era calvo y chorreaba sudor por su piel.
Inhóspito.-repitió
la chica, que parecía responder al nombre de Aquanika-Me sorprende que los
burros que os criáis en estas cuadras tan alejadas de la luz del día seáis
capaces de usar palabras tan melódicas.
¿Qué
has dicho, niñata?-preguntó el boxeador mientras chocaba sus puños.
Lo que
has oído, garrapata ruidosa.-le espetó la mujer de cabello rosa-¿Peleamos ya o
quieres irte a casa con mamá?
¡TE
APLASTARÉ LA CABEZA CONTRA EL RING!-exclamó mientras corría hacia la chica con
los puños en alto-¡GOLPE FULMINANTE!
La
chica se puso ágilmente en guardia y miró fijamente a su contendiente.
¡UN
MOMENTO!-gritó éste, frenando en seco-Sus ojos… ¿qué coño…
Se
escuchó un único, seco, contundente y sonoro golpe. El forzudo hombre de
mediana edad cayó noqueado ante el implacable y férreo puño de Aquanika, quien
había demostrado tener unos brazos muy duros y fuertes a pesar de lo finos que
parecían vistos desde lejos. Todo su cuerpo era atlético y trabajado: sus
extremidades estaban marcadas y definidas, su cuello era fino pero
robusto, su abdomen parecía una
cuadriculada placa de acero y sus pechos estaban en mucho mayor esplendor que
con la túnica.
¡GANA
AQUANIKA!-gritó el presentador-¡Ha noqueado a…
Se
acercó para ayudarlo a levantarse, pero puso una cara de sorpresa muy acusada
cuando vio lo que había pasado.
No lo
ha noqueado.-anunció-¡LO HA MATADO!
Se hizo
el silencio. Aquanika se vio huyendo de allí y matándolos a todos en su camino,
enfrentándose incluso con la policía por lo que acababa de hacer, pero no le
importaba. Para su sorpresa, todos aplaudieron y la vitorearon, incluido el
hombre del micrófono, que yacía ante el cadáver. ¿Qué clase de gente sádica y
retorcida era aquélla? Más como una servidora, supuso.
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