lunes, 14 de agosto de 2017

[TY] Episodio 90: Eléctrico

TAIMANIN YAMIYUKI
Episodio 90: Eléctrico

Por uno de los pasillos de las inmensas instalaciones de los Neo-Nómadas caminaban dos mercenarios.

¡Qué pringados esos militares estúpidos!-comentaba uno de ellos-Esta noche vamos a acabar con todos y nos vamos a divertir a su costa. Si lo hubieran sabido, habrían confiado en los Taimanin antes que en nosotros, ¿te lo imaginas?

¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!-rió el otro-Una coalición entre Taimanin y militares… ¡menuda mezcla! En fin, vamos a trabajar un poco. ¿En qué sala está el que nos toca?

En la siguiente puerta a la derecha.-contestó el primer mercenario que había hablado-Nos han pedido que por favor le demos su merecido a uno de estos críos antes de matarlo.

¿Quién de ellos es el nuestro?-le preguntó su compañero.

El pequeñajo.-contestó el otro mercenario-Christian Miller. Pequeñajo en comparación con el resto de sus compañeros, claro.

¿El que sólo se distingue de un niño pequeño por la altura?-el segundo mercenario se estaba frotando las manos con malicia-¿Ese chavalín con cara de corderito degollado? ¡Me va a encantar ver su rostro desfigurándose del dolor!

Los dos mercenarios llegaron a la puerta, abriéndola a su paso. Dentro estaba Christian tumbado en una camilla y atado de pies y manos. No le habían quitado la ropa, pero le habían desabrochado la chaqueta, dejando ver su tronco, así como los pantalones, quedando al descubierto sus calzoncillos. Eran de un tejido similar a la microfibra y de un color rojo rosado.

La tranquilidad dura poco.-pensó Christian al ver a aquellos mercenarios entrar en la sala-Si es que esto se puede considerar una posición tranquila, claro.

Veo que estás despierto, Christian Miller.-dijo uno de los mercenarios a modo de saludo-Eso está bien. Sería una pena enorme que estuvieras dormido y no pudieras sufrir de primera mano.

Más os vale que os dejéis de tonterías, malditos demonios.-dijo Christian entre balbuceos.

O, si no, ¿qué?-le espetó el otro mercenario-Estás muerto de miedo. No eres más que un niño.

Prefiero ser un niño antes que un monstruo como vosotros.-el soldado intentó plantarles cara a los dos Mazoku, pero sabía que no tenía la actitud de sus compañeros-¿A qué habéis venido?

A darte muerte.-respondió uno de los mercenarios-Deja de hacerte el valiente: ni sabes ni puedes.

He sido entrenado como un militar de élite.-dijo el soldado en voz alta para tratar de tranquilizarse-Incluso si estoy desarmado y mi cuerpo se halla inmóvil, tengo más herramientas para defenderme de vosotros.

Sé realista, ¿quieres?-intervino el otro mercenario-No vas a hacernos nada. ¡No hay manera de que lo hagas!

Tienen razón.-pensó Christian presa del agobio-No hay mucho que pueda hacer ahora mismo. Si al menos no estuviera atado, podría defenderme. Son dos, pero yo sé combatir.

Se va a mear encima, ¡JAJAJAJAJAJAJA!-comentó entre risas uno de los mercenarios al ver la cara de estrés del soldado.

Creo que nos han encargado hacer que se moje con otras cosas…-le contestó su compañero.

Sin que Christian pudiera hacer nada, los mercenarios comenzaron a prepararse para la tortura: en un carro de quirófano colocaron varios instrumentos y algunos frascos llenos de líquidos de diversos colores.

Esto es lo primero que hay que inyectarle, ¿verdad?-le preguntó un mercenario a otro agarrando un frasco.

Sí, eso es.-respondió el otro mercenario mientras encendía unas máquinas de la sala.

Para disgusto del soldado, el mercenario sacó una jeringuilla de una caja y la llenó con el líquido del frasco. Acto seguido, se acercó a él con ella en la mano.

¿Qué pretendes hacer?-preguntó Christian sin poder apartar la mirada de la jeringuilla.

Drogarte un poco para que pruebes nuestra máquina en condiciones.-respondió el mercenario buscando las ingles del soldado.

Instintivamente, Christian cerró las piernas  en la medida que los grilletes de sus tobillos se lo permitían.

No voy a dejarte que me claves eso en la ingle.-dijo con rebeldía-Estoy despierto y en funcionamiento.

Qué ingenuo es este chico…-suspiró el mercenario mientras buscaba con la mirada a su compañero-¡Eh! ¡Activa los grilletes adicionales!

Sin mediar palabra, el otro mercenario pulsó un botón de una consola de control. De la camilla de Christian salieron dos placas metálicas que le separaron las piernas y se cerraron en forma de grilletes a la altura de sus rodillas, dejándole ambas extremidades inferiores separadas. En sus codos aparecieron dos grilletes similares para impedir el movimiento de dichas articulaciones.

Recuerda que después habrá que desactivarlos para poder ver y filmar cómo se retuerce.-dijo el mercenario que estaba a cargo de las máquinas-Órdenes de arriba, así que ponle la inyección rápido.

¿Qué?-pensó Christian mientras notaba sus ojos abiertos como platos.

Ahora está chupado.-se limitó a decir el mercenario que estaba con Christian mientras le ponía la inyección en una ingle.

¡Ngh!-se quejó el chico.

Notó que el líquido se mezclaba con su sangre. Sin ningún tipo de deseo subyacente, su pene comenzó a endurecerse. Asustado, el soldado vio el creciente bulto en sus calzoncillos. En muy pocas ocasiones había tenido una erección tan fuerte y rápida. Su ropa interior se rompería si aquello seguía así.

Como si le hubiera leído la mente, el mercenario le arrancó los calzoncillos de un tirón. Su pene salió a relucir, erecto y vigoroso, describiendo un elegante abanico hacia arriba en señal de liberación por la presión de la tela de la ropa interior.

. . .-Christian se enrojeció sin saber qué decir ni qué hacer.

El soldado tenía un miembro viril muy estilizado. Era delgado como el resto de su cuerpo, pero no en exceso: mantenía una figura elegante y armonizada con las demás partes de su anatomía. También era muy largo y no se inclinaba hacia ningún lado en especial, por lo que se mantenía en una vertical solemne y poco frecuente, casi totalmente perpendicular al suelo. Tampoco tenía casi ninguna curvatura hacia arriba, por lo que permanecía recto como un mástil. Como la inmensa mayoría de los hombres estadounidenses, estaba circuncidado, pero no tenía una cicatriz notable, sino un degradado suave de tonos en la piel, creando una especie de mosaico irisado junto con las líneas azuladas y violáceas de sus vasos sanguíneos. El tamaño de aquel pene estaba fuera de lo común, pero se veía aún más grande por la chocante disonancia entre su gran desarrollo y el aspecto suave y aniñado en el rostro del chico. Sus testículos no eran excesivamente grandes y no tenían demasiada caída, se mantenían bastante recogidos a ambos lados del pene, formando un triángulo isósceles casi perfectamente trazado con el glande como tercer vértice.

Esto será interesante.-comentó el mercenario-Hay mucha superficie para “tratar”.

Los dos Mazoku se miraron y comenzaron a reír.

¡Dejadme en paz!-chilló Christian tratando de soltarse-¡Dejad a un lado vuestras perversiones!

Con pena, el soldado comprobó que sus extremidades no se movían. Estaba fuertemente inmovilizado, y sólo su abdomen, marcado y cuadriculado, se contraía.

Tranquilo.-dijo uno de los mercenarios-Nosotros no vamos a hacerte nada. Sólo vamos a grabar los hechos y a reírnos un rato.

¿Cómo que no van a hacerme nada?-se preguntó el militar-Esto me da muy mala espina.

El mercenario que estaba más cerca de los aparatos de control pulsó un botón. Del techo bajó una estructura ligera pero de aspecto amenazador. Su aspecto recordaba al de una araña con las patas dobladas, pero tenía más de ocho apéndices. Parecían estructuras articuladas de barras y en sus extremos había electrodos. Como si aquella cosa tuviera ojos para ver, desplegó sus apéndices articulados y rodeó el pene de Christian, fijándole los electrodos.

¡Dale!-pidió el soldado que había inyectado la droga en el cuerpo del militar, que estaba más lejos de los mandos-¡Vamos a ver cuánto tarda en llorar y buscar a su mamá!

Con una sonrisa perversa, el mercenario pulsó un botón verde. Por la máquina que había rodeado el pene del soldado comenzó a pasar corriente, haciendo que sintiera una sensación incómoda, molesta y dolorosa.

¡Qué desagradable!-pensó el chico-¡Es horrible! ¡Quiero que se acabe cuanto antes!

Parece que lo está tolerando.-dijo el mercenario que estaba más cerca del soldado-Tiene cara de asco, pero poco más. No lo veo sufrir debidamente.

Lo hará.-respondió el otro mercenario-Quiero que su cuerpo se acostumbre a las corrientes lo suficiente como para que se mantenga consciente para poder hacer que sufra largo y tendido sin preocuparnos por si se desmaya o se muere antes de tiempo.

Eso no suena nada bien.-Christian se encontraba muy asustado y sólo dialogaba consigo mismo.

El mercenario Mazoku que había encendido el aparato se giró hacia el militar.

Este invento es una joya.-explicó-Hemos modulado la emisión de corriente eléctrica para que no sea letal pero conserve todas sus capacidades para causar dolor. La parte en la que se colocan los electrodos actúa como conductora, transmitiendo la energía al resto del cuerpo y dando lugar a una tortura integral.

De manera súbita y dolorosa, el chico notó un aumento en la intensidad de corriente. Comenzó a dolerle el pene y, a su través, se le empezó a entumecer todo el cuerpo.

¡NNNNNNNNNGHHH!-gimió.

¡Es más duro de lo que parece!-comentó sorprendido el otro mercenario.

No lo será por mucho tiempo.-el mercenario que controlaba las máquinas se encontraba muy tranquilo-La electricidad afecta más que notablemente al corazón humano. Cualquier evento que suponga una subida de pulsaciones verá su efecto cardíaco multiplicado, provocando una explosión.

¿QUÉ?-chilló Christian mientras trataba de resistirse a las corrientes eléctricas.

Digamos que tu tiempo de vida depende en cierta manera de ti.-explicó el mercenario-Si te pones nervioso, si tratas de resistirte, si forcejeas, etcétera, tus pulsaciones subirán, y esta energía multiplicará tu frecuencia cardíaca hasta hacer que tu corazón reviente. Esto no excluye la eyaculación. Como te dejes llevar por la estimulación, eres hombre muerto.

Christian empezó a sudar. Necesitaría un milagro para salvarse. La corriente era cada vez más intensa. Su vista se nublaba, pero, entre parpadeos, distinguió una cámara de vídeo en una de las esquinas de la sala. Se preguntó desde cuándo estaría allí.

¡Suéltale los grilletes de los codos y las rodillas!-pidió el mercenario que estaba más cerca de la camilla-¡Vamos!

El militar notó que sus ataduras se reducían, pero deseó que no le hubiera sucedido aquello, pues ahora sus instintos no encontraban represión alguna y sus brazos y piernas comenzaban ahora a bambolearse dentro de las restricciones que encontraba en sus muñecas y tobillos. Si no lograba calmar su cuerpo, sus pulsaciones comenzarían a subir y moriría: ya notaba cómo se le aceleraba el corazón peligrosamente. No paraba de sudar, por lo que su ropa se humedecía y se sentía cada vez más incómodo.

¡Un momento!-pensó Christian.

El ver que su ropa se manchaba de sudor le dio una idea. Tal vez si manchaba los electrodos, éstos perderían su adhesión a la piel de su pene y se vería libre de aquella tortura, al menos el tiempo suficiente como para dejar que su corazón descansase.

No me puedo creer que esté pensando esto ahora mismo, pero es una estrategia más.-pensaba el joven militar-Por la forma de mi pene, si eyaculo en esta posición, el semen caerá hacia abajo por acción de la gravedad. Mojaré los electrodos y dejaré de estar en peligro. Es mi única opción: conozco mis eyaculaciones y sé que ahora mismo expulsaría un chorro lo suficientemente caudaloso como para dejar inservibles esas cosas sucias y asquerosas. Hace varios días que no me masturbo y parece ser que va a suponer una ventaja en esta guerra.

¿Qué coño le pasa?-preguntó uno de los mercenarios-¡Se está relajando!

¡No lo entiendo!-añadió el otro-¡Las corrientes no paran de intensificarse!

¡No hay mayor tranquilidad que la de un ingeniero que encuentra la solución al problema al que se enfrenta!-pensó Christian, envalentonado por primera vez desde que aquello empezó-Si relajo todo mi cuerpo y aguanto el dolor, mi corazón podrá aguantar la subida de pulsaciones de mi eyaculación el tiempo suficiente como para acabar con esos electrodos. A juzgar por la forma que tienen los mecanismos de fijación, no aguantarán la humedad y la temperatura del semen humano sin deformarse y despegarse, pues son de un tipo especial muy sensible que he visto en otro tipo de máquinas. Jamás me explicaron durante mis estudios ingenieriles que iba a verme derrotando las creaciones de otros ingenieros con un chorro de semen. Me parece ridículo, arriesgado y descabellado, pero, si van a matarme, ¿qué menos que luchar hasta el final?

¿Por qué está cada vez más tranquilo?-los mercenarios estaban desquiciados y no paraban de escandalizarse.

Relájate.­-se dijo el militar-Cuanto menos tenses tu cuerpo, menos te dolerá. La electricidad contrae los músculos, así que, si los contraigo yo también, sólo me haré más daño. Esto duele como el demonio, pero tengo que aprovechar la oportunidad que me he brindado. Liberarme de los grilletes será otra cosa, pero, al menos, se acabará este dolor horrible.

El corazón de Christian no se ralentizaba, pero, al menos, no había seguido acelerándose. El chico trató de oponerse al dolor y concentrarse en las sensaciones de su pene para buscar, entre el dolor, un pequeño atisbo de placer para eyacular y destrozar los electrodos.

¡Oigo voces!-el soldado estaba tan concentrado que creyó oír una voz fuera de la sala-¡Aquí está pasando algo! Creo que están hablando de una tortura. ¡Vamos a entrar!

De acuerdo.-respondió secamente otra voz.

¡ESA VOZ!-Christian se sorprendió muy positivamente.

La alegría de haber escuchado esa voz hizo que su corazón se acelerase. Al estar contento, pudo encontrar, incluso habiendo perdido el deseo de buscarlo, un cosquilleo placentero en su pene.

¡No, ahora no!-pensó el militar apretando el suelo pélvico.

La puerta se abrió de un golpe. Sólo asomó una pierna por ella, dando a entender que la habían desencajado de una patada. Christian pudo reconocer perfectamente ese tacón tan característico, propiedad del dueño de la voz que acababa de brindarle esperanza. Émile había irrumpido en la sala. Lo seguía Hagane Kurobara, un Taimanin, su enemigo.

¡Chris!-gritó Émile horrorizado-¡Chris! ¿Qué te están haciendo?

¡QUÍTAME ESTO!-chilló Christian-¡ESTOY EN PELIGROOOOOOOO!

¡Aguanta, Chris, ya voy!-gritó Émile mientras corría hacia la camilla.

¡No tan rápido!-los torturadores le salieron al paso-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAH!

Asustados, los mercenarios Mazoku vieron cómo sus pies se despegaban del suelo: estaban flotando sobre burbujas de aire.

Molestáis.-siseó Hagane mientras hacía que las burbujas se movieran siguiendo las líneas que dibujaba en el aire con sus manos.

¡NGHHHHH!-gimió Émile al tratar de arrancarle los electrodos a Christian.

¡Apaga la máquina!-gritó la víctima, presa de la emoción-¡ME DARÁ UN INFARTO SI NO TE DAS PRISA! ¡LA TIENES AL LADO, VAMOS!

Émile se giró hacia la consola de control y pulsó todos los botones de parada que encontró, haciendo que la estructura se replegara y la tortura de Christian cesase.

Los mercenarios reventaron las burbujas de aire con fuego azul, cayeron de pie en el suelo y corrieron hacia Émile, quien corrió hacia ellos, saltó, giró sobre sí mismo dos vueltas completas, en la tercera embistió a uno de los dos con una patada giratoria y en la cuarta embistió al otro con una patada similar, aterrizando elegantemente tras ello. Sin perder tiempo, ambos se levantaron y volvieron a cargar contra el soldado, quien los rechazó a base de patadas y consiguió separarlos.

¡Os mataré, traidores hijos de puta!-chilló el joven rubio.

Se encaró a uno de los mercenarios y lo arrolló con una elegante y poderosa cadena de patadas. Cuando por fin lo tiró al suelo, levantó amenazadoramente su pierna derecha y la dejó caer sobre su cabeza, astillándole el cráneo. Acto seguido, saltó hacia el otro soldado y lo desarmó con unas cuantas patadas giratorias. Al ver que tenía la pared cerca, lanzó un puñetazo contra el abdomen de su enemigo, colocándole la espalda contra dicha pared y aprovechando la presión para dislocarle el cuello con un pie.

Así aprenderéis…-siseó el soldado entre jadeos.

Tras matar a los dos torturadores, Émile se giró hacia Christian y corrió hacia él.

¡Chris!-exclamó-¿Estás bien?

Digamos que estoy fuera de peligro.-respondió el otro soldado mientras se recuperaba.

Nunca me había llamado “Chris”.-pensó-Lo noto demasiado cariñoso y cercano para lo que es él. ¿Quizás esta experiencia cercana a la muerte le ha hecho valorar su vida y las de los que le rodean? Sea como sea, me agrada que se refiera a mí así.

¿Qué te han hecho?-preguntó Émile mientras palpaba el cuerpo de su compañero en busca de heridas-¿Estás ileso?

Digamos que “sólo” ha sido la corriente.-explicó Christian-No tengo más que el dolor y la angustia que esto me ha hecho pasar.

Mientras asentía, Émile acarició el pene de su compañero con la mano. Lo notaba perjudicado y muy caliente, por lo que trató de atemperarlo y relajarlo con el contacto de su mano.

¡NO!-gritó Christian enrojeciéndose-¿Qué haces?

Sin poder evitarlo, el soldado eyaculó. Un enorme y majestuoso chorro de semen cayó en vertical hacia el techo, deformándose y cayendo antes de tocarlo, lloviendo sobre el pecho de su dueño. Nunca había eyaculado así: parecía que su cuerpo cantaba un himno de victoria. Tras ese chorro siguieron varios más, también cargados de fuerza. Sentía mucha vergüenza, pero no pudo evitar disfrutarlo, pues su cuerpo le estaba recordando el placer de estar vivo.

¿Estás contento?-preguntó Christian con el rostro ruborizado mientras notaba cómo caía más semen sobre su pecho y su abdomen.

¿Lo siento?-se preguntó Émile, sorprendido, sin poder camuflar una expresión de extrañeza y alegría-Sólo quería que te relajaras antes de que tu corazón sufriera.

¿Por qué no me quitáis los grilletes y me dejáis que me limpie?-preguntó el otro militar, aún sin poder mirar a la cara a su compañero.

Lamento interrumpir vuestra reunión familiar.-terció Hagane-Christian Miller, vienes con nosotros.

¡Por supuesto que voy con vosotros!-respondió el soldado-¡No voy a quedarme aquí solo!

Me refiero a que vienes con nosotros, con los Taimanin.-explicó el ninja-Sois nuestros rehenes y cumpliréis lo que os pediremos a cambio de la vida de Margaret Johnson, quien se encuentra presa en manos de nuestros camaradas.

No me importa, de verdad.-respondió Christian con una humildad sincera-Es nuestra culpa que todo esto haya pasado. Haremos lo que esté en nuestras manos por salvarnos y ayudaros.

Émile, que había ayudado a Christian a levantarse tras quitarle los grilletes, se volteó hacia él con ira.

¿Es así lo rápido que traicionas a la patria?-preguntó.

¡No, Émile!-exclamó Christian-¡La tierra que nos vio nacer no querría vernos morir tontamente! ¡Apoyando a los Taimanin nos salvamos a nosotros mismos! ¡Hemos estado equivocados todo este tiempo! Desde que esto empezó me he sentido engañado y utilizado, y no ha habido ni un solo combate que no me haya hecho sentir culpable.

¿Te estás oyendo?-preguntó Émile sin dar crédito a las palabras de su compañero.

Émile, para.-respondió Christian sin levantar la voz-Me has llamado “Chris” por primera vez en tu vida. ¿No te das cuenta de que hasta en tu frío y duro corazón han hecho mella? Nunca hemos sido los héroes de esta historia. Si te consideras todo lo inteligente que un soldado puede ser, entenderás esto y aprenderás de la experiencia para mejorarte a ti mismo. No serás un peor efectivo por ello, sino todo lo contrario.

¿Cómo lo has hecho?-preguntó Émile furibundo girándose hacia Hagane-¡Le has lavado el cerebro!

Yo no he hecho nada.-contestó el Taimanin encogiéndose de hombros.

¡Te voy a…-le amenazó Émile apretando el puño y dirigiéndose hacia él.

¡Basta!-exclamó Christian agarrando a su compañero del hombro para que no avanzara-Hagane es un buen hombre.

¿Acaso lo conoces?-preguntó Émile.

¿Acaso lo conoces tú?-Christian rebatió a su compañero de manera tajante.

Émile bajó el puño.

Nos ha salvado la vida.-dijo Christian-Y no trates de argumentarme que a mí me has salvado tú. Claro que lo has hecho, ha sido un gesto precioso y heroico, pero lo has podido hacer porque él te ha salvado. Un mal hombre no habría salvado a quien estuvo a punto de matarlo. ¡Hagane es un buen hombre!

Lo que vosotros digáis.-Émile se dio por vencido-Tápate un poco y vámonos de aquí.

Christian echó mano del agua que había en la sala para limpiarse el semen, se abrochó los pantalones y la chaqueta y se dispuso a salir con su compañero y Hagane de aquel lugar.

Gracias por tu colaboración, soldado.-dijo Hagane al ver al chico pasar por su lado-Veo que has recapacitado. ¿Estás seguro de que vas a hacer lo que te pidamos?

No creo que sea peor que lo que estos demonios tenían pensado para nosotros.-respondió Christian mirando solemnemente a los ojos a quien hasta hacía unas horas fue su enemigo-Tampoco creo que sea peor que andar sin calzoncillos hasta nueva orden.


El joven soldado esbozó una sonrisa tras ese último comentario. Hagane se rió levemente. Los tres chicos abandonaron aquella sala en busca del resto de los militares.

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