domingo, 17 de septiembre de 2017

Die Hexe - Episodio 1: Encuentro

Mis queridos lectores:

He decidido titular "Die Hexe" ("La bruja" en alemán) a este pequeño episodio. Si bien es el primer episodio, es probable que no haya segundo, pues es una obra experimental. Como sabéis, ésta es casa de variedad sexual y narrativa erótica. Hoy se ha puesto en contacto conmigo un chico que se dedica a dibujar y me ha cedido unos personajes pidiéndome que escriba una historia con ellos cumpliendo una serie de exigencias en el argumento y con la presencia de unas determinadas escenas y un determinado final. Os dejo con los fetiches de este colaborador y con la realización bajo mi pluma de su idea en formato escrito. Los personajes, el argumento y la idea original son producción de Daylo. El trabajo de ambientación, narrativa y elaboración de la historia según el esqueleto trazado por Daylo ha sido cortesía mía, así como también lo han sido las ya familiares y omnipresentes escenas sexuales que caracterizan la inmensa mayoría de mis textos. Nos acabamos de conocer, es domingo, he terminado pronto de cumplir con mis quehaceres y me ha parecido interesante llevar esto a la práctica. No sabemos qué más podrá salir de esto, pero siempre está bien probarse a uno mismo y escribir algo diferente. Sin más dilación, Daylo y yo os dejamos con...

Die HEXE
Episodio 1: Encuentro

Daylo se había perdido. Aunque todavía era un niño, tenía el suficiente entendimiento como para comprender que el juego se le había ido de las manos. Había salido a jugar al aire libre con algunos de sus amigos del lugar en el que vivía. Travieso pero sin maldad, el pequeño Daylo sólo quería hacer que sus acompañantes tuvieran que esforzarse un poco en el juego del escondite. No obstante, se sobreesforzó de manera inconsciente y acabó perdiendo la referencia del camino que habían recorrido sus amigos y él desde el pueblo hasta el pequeño bosque donde habían ido a jugar. Todavía no poseía un sentido de la orientación muy desarrollado y, en resumidas cuentas, no dejaba de ser un niño. Separado de sus amigos y de toda señal perceptible de su camino de vuelta, Daylo se encontró en medio de la nada sin ningún tipo de compañía.

-. . . -el pequeño se limitó a suspirar mientras miraba a su alrededor sin saber qué hacer.

Tenía miedo. Se sentía solo y desprotegido. Sabía que las lágrimas no tardarían en amenazar con brotar. Estaba cansado de dar vueltas. Cansado y dolorido, pues tanto él como sus amigos habían dejado sus zapatos en el tocón que siempre solían utilizar como mesa de juegos, por lo que iba descalzo en aquel forzoso e indeseado periplo por la lejanía. Sus pequeños y redondeados pies estaban cansados y doloridos. Como aún no había terminado de desarrollar su cuerpo, el pequeño Daylo carecía de la resistencia física necesaria para sobreponerse a esa situación. Las ramas, las hojas y las pequeñas piedras que había en el suelo no dejaban de molestarle. Sus pies todavía estaban creciendo, por lo que su arco plantar todavía no estaba totalmente definido y su resistencia a largos paseos todavía era pequeña. Juzgando por lo que veía, parecía que había dejado atrás el bosque donde siempre jugaban: había entrado en terreno inexplorado para él.

-Mamá, papá, chicos…-suspiró Daylo con tono lastimero mientras continuaba avanzando.

Comenzaba a caer la tarde. Le daba muchísimo miedo que se hiciera de noche. Todavía había luz en el cielo, pero le aterraba la idea de quedarse solo y a oscuras a la intemperie. No sabía si haría frío, si llovería o incluso si caería una tormenta. No iba muy abrigado y le preocupaba que su única ropa fuera insuficiente. Llevaba una chaqueta de color naranja con una estrella estampada de color morado. Era una de sus prendas favoritas: su colorido y su forma le hacían sentir contento, y agradecía llevarla en aquel momento difícil. Por suerte, tenía puestos unos pantalones vaqueros, menos débiles que los de otros tejidos, por lo que podrían aguantar hasta que un rayo de esperanza se apareciera ante él. La suave brisa vespertina mecía su abundante, limpio y brillante cabello de color verde. Se le habían quedado enganchadas algunas ramas pequeñas en él, pero era lo que menos le preocupaba. Con sus redondos y adorables ojos de color morado se dedicaba a otear el horizonte en busca de alguien que pudiera ayudarle o algún lugar iluminado.

. . .

-Ohhhh, ¡pobrecito!-hablaba en voz alta a pesar de encontrarse sola en su cabaña-¡Este niño se ha perdido! Tengo que echarle una mano, no puedo dejar que vague por estas zonas sin ayuda.

Sin perderse un solo detalle, seguía observando al niño perdido a través de su bola de cristal. Se negaba tajantemente a dejarlo a la deriva en aquel lugar tan peligroso para individuos como él.

. . .

Daylo continuaba perdido. Uno de sus amigos le enseñó un juego al que podía jugar en soledad y que, según le contó, servía para ahuyentar la tristeza y pasar a estar contento rápidamente. No obstante, en aquel momento no terminaba de recordarlo, pues le pareció extraño, ya que nunca había hecho nada así en un juego. Para evitar hacerlo mal, decidió continuar sin hacerlo. No sabía por qué, pero el haber pensado en aquella explicación de su amigo había hecho que sintiera un cosquilleo por todo el cuerpo. La sensación que experimentó no fue de gran trascendencia ni utilidad, pero reencendió en cierta medida sus ganas de seguir adelante y ralentizó el avance del miedo y las lágrimas. Mientras caminaba y trataba de hacer caso omiso al dolor de sus pies, observó que el paisaje que lo rodeaba cambiaba gradualmente. Según le habían enseñado en el colegio, aquello en lo que estaba entrando era un pantano. El suelo que pisaba comenzaba a estar húmedo. El contacto con el barro le resultaba desagradable. Al niño no le gustaba la humedad. Decidió dar varias vueltas a los bajos de sus pantalones, dejando al descubierto sus tobillos y la parte inferior de sus tibias para no mojarse la ropa mientras caminaba. Trataría de no pisar las zonas encharcadas, pero se temía que en algunos momentos fuera inevitable. No quería que sus pantalones se mancharan, le daba asco y, además, temía resfriarse si continuaba caminando al aire libre y se le mojara la ropa.

-¡!-Daylo se sorprendió fugazmente.

Había visto una luz. Algo se había encendido no muy lejos de su posición. En el horizonte distinguía una tenue línea luminosa. Echó a andar tratando de alcanzarla a la vez que intentaba no pisar las áreas totalmente mojadas. En aquel pantano reinaba una gran mezcla de aromas naturales. Daylo podía sentir el olor de la tierra mojada, los aromas de las plantas que crecían en la zona y el olor arrastrado por la brisa, cargado de las fragancias de los árboles altos que había dejado atrás. Sin embargo, cuanto más cerca se hallaba de la luz, más sentía que cambiaba el olor que sentía su nariz. Le llegaban ráfagas que le sugerían un cambio de entorno. Comenzaba a notar un equilibrado y atractivo olor a hierbas aromáticas y especias. Aquello le hizo pensar que se estaba acercando a la casa de alguna persona que podría estar cocinando o preparando algún ungüento medicinal.  Motivado por aquel hallazgo, el pequeño siguió avanzando. Guiado por el olfato y la vista, no tardó en vislumbrar una cabaña bastante grande y bien cuidada. A su alrededor crecía un jardín con flores atractivas y coloridas que no se veían en el resto del pantano. Parecían obra de algún hechizo por lo fuera de lugar que estaban. Su olor era fragante y volátil. Viajaba arrastrado por la brisa e infundía en Daylo un firme deseo de acercarse. Al comprobar que había una luz que salía desde el interior de la cabaña a través de sus ventanas, el niño dejó de tener miedo: lo había pasado tan mal que estaba deseando encontrar a un adulto y explicarle el problema que había tenido. Estaba seguro de que sus padres y sus estaban muy preocupados y tratando de encontrarlo. Por algún extraño motivo, el pequeño se quedó obnubilado mirando las flores, olvidándose de llamar a la puerta, que se abrió sin que él se acercara, por lo cual se asustó.

-¡Ah!-exclamó Daylo, nervioso, retrocediendo con un pequeño salto.

Se quedó mirando fijamente a la puerta para ver a la persona que saldría por ella. Era una mujer.

-Hola, pequeño.-susurró la habitante de la cabaña con una sonrisa amable.

El niño trató de poner una sonrisa encima de su cara de sorpresa. Aquella mujer era muy alta y tenía un cuerpo muy llamativo. Su piel era verde y sus brillantes ojos eran amarillos con dejes anaranjados. Ostentaba una larguísima melena morena, lacia y abundante. Vestía de color negro con un vestido muy ceñido y provocativo, sin mangas, dejando ver sus hombros y sus brazos. Su pronunciado escote realzaba sus prominentes, redondos y altaneros senos. La estrechez de su cintura y la anchura de su cadera y sus glúteos formaban un contraste que se veía acrecentado por la parte baja de su vestido, que terminaba en la mitad de los muslos. Calzaba botas muy altas de tacón, cubría su espalda con una larga y pesada capa y en su cabeza llevaba un enorme sombrero cónico. Se ajustó con mimo el nudo de la capa, momento en el que Daylo observó con sorpresa lo largas que eran sus uñas.

-Ho…hola.-tartamudeó el niño.

-¿Te has perdido, guapo?-preguntó la mujer-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Daylo.-respondió el pequeño-Me he perdido. He salido del pueblo con mis amigos, me he alejado jugando al escondite y he acabado aquí. No sé cómo volver a casa. ¿Podría ayudarme, señorita?

-¡Pobrecito!-se sorprendió la chica con tono acaramelado-¡Por supuesto que te ayudaré, cariño! Me llamo Sara. ¿Por qué no entras a casa y te calientas un poco? Está empezando a hacer frío y podrías pillar un catarro. Las noches aquí son bastante duras. Te prepararé algo para cenar.

-Vale.-susurró Daylo sin creerse la suerte que había tenido. La mirada no dejaba de írsele hacia las flores.

-¿Te gustan mis flores?-preguntó Sara con una sonrisa mientras se arrodillaba para estar más cerca de Daylo-¿Por qué no coges unas pocas y se las llevas a tu mamá para ayudarle a que se le pase el susto por lo que te ha sucedido esta tarde?

El niño arrancó un pequeño puñado de aquellas coloridas y llamativas flores brillantes y entró a la cabaña con Sara. En su mano llevaba flores rojas, azules, moradas, amarillas, blancas, naranjas, celestes y rosas.

-Puedes dejarlas aquí.-Sara le tendió un jarrón con agua al niño para que pusiera las flores.

Tras colocar las flores en agua y dejar el jarrón encima de un mueble, el niño miró a su alrededor. La cabaña estaba distribuida de manera bastante similar a un estudio: las habitaciones, a excepción del baño y el dormitorio, no eran independientes. Había una mesa redonda, varias sillas, un sofá, un dormitorio independiente con una cama muy amplia, distintos aparadores, una cocina totalmente equipada y una puerta que daba al cuarto de baño. Dentro de la casa olía mucho a hierbas aromáticas. La fragancia del ambiente era notable, pero no pesada, y constaba de una mezcla de tomillo, romero, eneldo y lavanda.

-Siéntate en la cama, corazón.-ofreció la mujer amablemente-Es más cómoda que el sofá. Te traeré agua caliente para que puedas descansar los pies. Has debido de sufrir mucho andando por ahí descalzo.

Daylo se sentó en el borde de la cama y esperó a que Sara le llevase un recipiente bastante hondo lleno de agua caliente. Como los pies del niño no llegaban al suelo desde la cama, la dueña de la cabaña apoyó la palangana en un taburete para que el pequeño pudiera introducir los pies.

-¿Está muy caliente?-preguntó Sara.

-Así está bien, gracias.-respondió Daylo con una adorable y candorosa sonrisa.

La sensación del agua caliente en sus pies le estaba ayudando a relajarse. Estaba comenzando a sentirse a gusto y en armonía con Sara, quien estaba siendo amable y hospitalaria con él.

-Estoy preparando sopa de verduras para cenar.-dijo la dueña de la cabaña-¿Te gusta o te preparo otra cosa?

-¡Me encanta!-una sonrisa se dibujó en el rostro del pequeño-¡Mamá siempre me la prepara después de jugar con mis amigos durante toda la tarde! Me hace muy feliz.

-Lo sé, corazón.-respondió Sara con una sonrisa-Espero que la mía también te guste.

-¿Cómo lo sabe, señorita Sara?-se sorprendió el pequeño-Nunca le he hablado de mamá.

-Me refiero a que sé que tu madre cocina para ti con mucho amor y estoy seguro de que te hace feliz. Todas las madres lo hacen.-sonrió Sara-Y, por favor, no es necesario que me trates de usted, llámame simplemente Sara. ¡No soy tan mayor!

Ciertamente Sara se conservaba muy bien y era realmente bella y atractiva, pero algo en ella daba a entender que tenía más años de los que aparentaba.

-Lo siento, señorita Sara.-se disculpó el pequeño-Mamá no me deja hablar de otra forma, ¡dice que está mal!

-Habrá que hacerle caso a mamá entonces.-Sara se encogió de hombros con una sonrisa-¡Ya casi está la sopa!

La mujer se dirigió a la cocina, asió una cuchara semiesférica para servir sopa y apartó una ración de la olla en un cuenco para su invitado. Acto seguido, agarró el cuenco con ambas manos y se lo llevó al niño a la cama.

-Bebe un poco.-le aconsejó-Estarás destemplado y necesitas conservar tu calor corporal.

El niño tomó un sorbo del caldo. Le resultó extraordinariamente sabroso. Parecía que aquella amable y dulce mujer sabía cocinar muy bien. Disfrutó tanto aquella sopa que se la bebió rápidamente.

-Estaba muy buena.-comentó Daylo con una sonrisa-¡Gracias, señorita Sara!

-No hay de qué, Daylo.-respondió la mujer-¿Por qué no me dejas que te lave la ropa? Se te habrá humedecido durante el paseo con el pantano.

-N…no es necesario…-tartamudeó el pequeño, notando que se ruborizaba.

-Vamos, Daylo, no seas vergonzoso.-Sara le sonrió-Soy maestra en una escuela del pueblo vecino. Estoy acostumbrada a ayudar a los niños a cambiarse de ropa.

Daylo se quedó pensativo. No se había mojado, pero sí era cierto que la ropa se había humedecido con el aire del pantano y la notaba fría y pesada. Se quitó la chaqueta y los pantalones y se los tendió a Sara con mucha vergüenza. Se quedó en ropa interior: llevaba una camiseta blanca de manga corta y unos calzoncillos  de color marrón chocolate con líneas rosadas.

-Pobrecito, qué mal lo estás pasando.-dijo Sara-Toma, para que no cojas frío. Encenderé también la chimenea.

Sara se quitó la capa y envolvió a Daylo con él. Tras ello, se llevó la ropa a una pila con agua para lavarla. El pequeño estaba distraído observando y palpando la capa de Sara, por lo que no se dio cuenta de que ésta había encendido la chimenea chasqueando los dedos.

-¡Guau! ¡Pesa mucho pero es muy suave! Y, ¡huele de maravilla!-pensaba el pequeño mientras jugaba con la tela.

La capa olía a una mezcla de flores y frutas. Parecía que aquella mujer tenía la ropa muy bien cuidada. Los toques de jazmín y melocotón hacían que el pequeño se sintiera relajado. Unas notas más profundas de ciruela y patchouli activaban en cierto modo su atención y su curiosidad. Mientras el pequeño se entretenía con la capa, Sara volvió a entrar en el dormitorio.

-He tendido tu ropa cerca de la chimenea.-le explicó-Pronto estará seca y lista para que te la vuelvas a poner. ¿Qué tal si nos vamos a dormir?

-Me encuentro raro…-se quejó el pequeño-… no tengo sueño, pero estoy cansado. Me siento sin fuerzas…

-Durmamos.-dijo Sara-Debes de estar empezando a resfriarte. Mañana estarás mejor si entras en calor ahora.

-Señorita Sara, yo puedo dormir en el sofá.-dijo el niño con incomodidad-Ésta es su cama.

-No seas bobo, corazón.-respondió Sara con una sonrisa, no tan dulce como las anteriores-Vamos a dormir los dos juntos.

-Pero…-por alguna razón, Daylo comenzaba a asustarse.

-No tengas miedo, mi niño.-la voz grave y poderosa de Sara comenzó a perder las notas de dulzura y cariño que llevaba arrastrando todo el tiempo-Lo vamos a pasar muy bien.

Con gracia y sensualidad, Sara se dejó caer en la cama y tomó a Daylo entre sus brazos, tumbándolo suave y lentamente. Lo atrajo entonces hacia sí con firmeza pero sin excesiva fuerza.

-¿Qué está haciendo?-preguntó Daylo-Me gusta dormir suelto, no me gusta estar apretado…

-Déjate querer, mi pequeñín.-respondió Sara-Vamos a pasar una noche muy agradable.

El joven e inocente Daylo no entendía nada, pero se sentía muy atacado y no sabía cómo defenderse. Empezaba a sentir mucho miedo de Sara.

-S…s…señorita Sara, ¡por favor!-Daylo intentaba forcejear, pero su cuerpo no le dejaba.

-Relájate.-le pidió la mujer mientras se volteaba y se quedaba a cuatro patas encima del niño-Voy a hacer que te sientas mejor.

Con total control de sus movimientos, Sara giró vehementemente el cuello hacia la derecha, haciendo que se le cayera el sombrero al suelo y permitiendo que su infinita melena regara y rodeara al pequeño. Acto seguido, apoyó firmemente las palmas de las manos en el colchón, flexionó sus codos e hizo que su cuerpo bajara hacia el de Daylo, pegándose a él y acercando sus ingentes pechos a su rostro.

-No…-balbució el niño-…pare, por favor.

-Tranquilízate.-dijo Sara-No voy a hacerte nada malo.

El niño comenzó a verse embriagado por el perfume de Sara. La fragancia que despedía su cuerpo era muy adulta y grave, como su voz, su cuerpo y su personalidad. Olía a frutas muy maduras, a musgo blanco, a cardamomo, a clavo, a incienso. El pequeño Daylo no sabía que estaba siendo sometido a un efecto afrodisíaco. Su cabello también emitía un olor fragante y arrebatador.

-…-el niño no encontraba palabras para responder a esa mujer que parecía haberlo atrapado en una trampa.

Con un suave vaivén, Sara comenzó a acariciar el cuerpo de Daylo desde arriba hacia abajo con sus senos y con su plano y endurecido abdomen. Cuando el cuerpo de aquella mujer rozó sus calzoncillos, el pequeño recordó el juego que le había enseñado su amigo y le entraron ganas de hacerlo en aquel momento, pero sentía que no era lo correcto hacerlo con esa mujer delante.

-No quiero hacer esto…-pidió Daylo con una mueca febril y llorosa en su rostro-…no lo entiendo… no está bien…

-Claro que lo está, pequeño.-susurró Sara mientras despojaba al pequeño de su camiseta con ayuda de sus afiladas uñas, dejándolo en calzoncillos.

-Señorita Sara, no me desnude, por favor.-pidió el niño, quien se sentía cada vez más acosado y extrañado.

-¿Por qué?-se preguntaba Sara extrañada-¿Por qué se resiste tanto? Las flores que he utilizado para atraerlo, las hierbas anuladoras de la voluntad que incluí en la sopa… ¿qué hace que este niño sea tan fuerte contra mis hechizos?

Taimadamente, Sara decidió seducir al niño de otra manera.

-Quiero hacerte una pregunta.-dijo la mujer-¿Me ves hermosa?

-Sí.-respondió casi automáticamente el pequeño Daylo.

-¿Hermosa como una flor?-insistió Sara.

-Sí.-reiteró el niño.

-Entonces…-siseó la mujer de piel verde-…déjame explicarte que las flores hermosas tenemos espinas y que te puedes pinchar con ellas.

Sara colocó su mano derecha en la entrepierna del niño, masajeándola.

-¿Qué está haciendo?-preguntó Daylo con lágrimas en los ojos.

-Aliviar todos tus miedos y dolores.-explicó Sara con una voz seductora-Hacer que olvides el mal rato que has pasado esta tarde.

El niño no quería continuar con aquello, pero era cierto que su entrepierna estaba respondiendo y dándole mensajes de lo contrario. No entendía lo que estaba sucediendo. Sara hizo una pausa, se incorporó levemente y se quitó las botas, dejándolas apartadas al lado de una de las patas de la cama. Acto seguido, dobló sus brazos hacia atrás, mostrando el sensual y perfecto contorno de sus hombros, y se bajó la cremallera del vestido, que no tardó en quitarse con vehemencia, lanzándolo por los aires. Cubría sus zonas íntimas con un conjunto de lencería de color negro con adornos de encaje. Su voluptuoso y enorme cuerpo destacaba sobremanera sobre el del pequeño Daylo. Tras quedarse casi desnuda, la mujer continuó masajeando la entrepierna del joven. Estaba totalmente blanda.

-¿Todavía no has llegado a esa fase?-preguntó Sara con curiosidad.

-¿Qué fase?-Daylo cada vez entendía menos lo que estaba viviendo.

-¿Tu cosita se ha puesto dura alguna vez?-Sara fue totalmente explícita.

El niño se ruborizó y no supo qué responder.

-¿Sabes?-insistió la mujer-Eres fuerte.

-No la entiendo, señorita Sara.-se quejó Daylo, incapaz de defenderse.

-No te estoy obligando a nada de esto.-explicó la mujer-Puedes detenerme. No me opondré.

Daylo no podía moverse. No entendía por qué, pero no podía defenderse de la mujer que lo acosaba.

-Así que realmente quieres que te lo haga.-se sorprendió la mujer-Eres fuerte, ¡pero no lo suficiente!

Sara levantó su mano derecha y generó en ella una bola de energía brillante de colores rosa y morado. Le sopló y se convirtió en un polvo que aterrizó grácilmente sobre el niño, atontándolo con su olor. Acto seguido, puso la misma mano en el abdomen del niño y le insufló su magia a través de una luz emitida por su palma.

-Nadie puede contra los encantos de una bruja.-dijo Sara entre sensuales risotadas.

-¿Una bruja?-se sorprendió Daylo.

Sus padres siempre le habían dicho que las brujas no existían. Parecía que no llevaban razón. Nada de lo que Sara le hacía tenía explicación sin creer en la magia.

-Mi hechizo de atracción pronto hará efecto.-dijo Sara con satisfacción mientras continuaba masajeando la entrepierna de Daylo.

Notó que debajo de aquellos calzoncillos de diseño infantil se estaba dibujando una erección. Daylo sabía que eso le había pasado alguna vez, pero no sabía lo que significaba y le daba mucha vergüenza decírselo a aquella mujer.

-Veamos qué es lo que tienes, mi niño.-dijo Sara con fingida dulzura, maquillando con orgullosa hipocresía su lascivia y su lujuria.

La bruja le bajó los calzoncillos al niño. Tenía un pene bastante pequeño dada su edad, pero estaba totalmente erecto. Era corto y fino, y dibujaba una marcada curva hacia arriba, como si fuera un plátano. Sus testículos eran muy pequeños y estaban muy recogidos, apenas pesaban. No tenía nada de vello en la zona, pues aún se tenía que desarrollar. La forma del pene de Daylo era redondeada, pues, al estar poco desarrollado, todavía no sobresalía demasiado el cuerpo esponjoso desde la zona central de los cuerpos cavernosos. Su prepucio estaba muy tenso, pues todavía estaba creciendo y no se retraía solo durante la erección, si bien sí dejaba ver el extremo del glande ligeramente.

-¡Qué adorable!-exclamó la bruja-¡Estas pollas son mis favoritas! ¡JAJAJAJAJAJAJA! Me alimentaré de tu energía a través de la lujuria, pequeño. Eres un mosquito dentro de una planta carnívora.

-¡NO!-chilló Daylo entre llantos-¡PARE!

Con los dedos pulgar e índice de la mano derecha, Sara masajeó el prepucio de Daylo. El niño se sintió invadido por una sensación de placer físico que lo llenó de culpa y temor. La bruja trató de retraer esa tensa y brillante piel en aras de comprobar si podía descubrir el glande o todavía era demasiado pequeño para ello. Para su sorpresa, el prepucio del joven bajaba hasta abajo, dejando al descubierto el brillante y redondeado glande, que todavía estaba muy sensible dado su poco uso. Conforme Sara le subía y le bajaba el prepucio, Daylo sentía sensaciones electrizantes que hacían que todo su cuerpo se viera invadido por un cosquilleo. Parecía que su columna vertebral se había convertido en un cable eléctrico.

-¡No quiero más!-gritaba el niño.

-¡Cállate!-Sara se cansó de ser amable-¡Eres mi presa! ¡Deja de resistirte!

La bruja se arrancó el sujetador y las bragas y se quedó desnuda encima del niño. Comenzó a masturbarlo con la mano a la vez que acariciaba su pequeño pene haciendo círculos con la lengua.

-Su cuerpo está inmovilizado, pero su mente se niega a rendirse a mis poderes.-pensaba la bruja-¿Qué clase de don tiene este niño?

-¡No quiero que esta bruja juegue conmigo!-pensaba Daylo con rabia e impotencia-¡No puedo moverme, pero no quiero ser ningún juguete! ¡Tengo miedo! ¡Ayuda!

Sara acercó su vulva al pene de Daylo. Estaba muy cuidada, y su verdosa piel lucía tersa, brillante y depilada. Comenzó a acariciar el pequeño pene del niño con sus labios vaginales, basculando la pelvis con un movimiento de vaivén para hacer que los labios acariciaran toda la longitud del pene de su víctima. Mientras tanto, con las manos le acariciaba el pelo.

-¡Ríndete!-exclamó la bruja-¡Serás mío quieras o no!

-N..n…-tartamudeó Daylo-… ¡NO! ¡Suéltame, bruja!

-¡Maleducado!-gritó Sara enfurecida-¿No decías que tu madre no te dejaba hablar así?

-¡Mi madre nunca me enseñó a ser el juguete de nadie!-exclamó Daylo mientras lloraba-¡Déjame ir!

-¡Ni en tus mejores sueños!-bramó Sara.

Agarró la cabeza del niño con ambas manos y lo incorporó, apretándole la cabeza contra sus senos. Instintivamente, el niño comenzó a lamer los senos de la bruja, buscando los pezones.

-¿Qué estoy haciendo?-se sorprendió Daylo-¡No quiero hacer esto! ¡Debe de ser obra de la magia de Sara!

En un instante de lucidez, Daylo notó que había recobrado el poder sobre su cuerpo, por lo que empujó a Sara y se apartó de ella y de sus ingentes senos.

-¡Déjame en paz!-gritó-¡Me voy de aquí!

-¡Se acabó el jueguecito, granuja!-le espetó Sara.

Alzó su mano izquierda, haciendo que el cuerpo del niño se quedara flotando en el aire. Acto seguido, chasqueó los dedos, haciendo que una nube de gas rosado envolviera su piel. Esta nube tomó la forma de una mano que agarró su pene y comenzó a masturbarlo con movimientos tan expertos que hasta un hombre adulto tendría problemas para aguantar el deseo de eyacular.

-¡AAAAAH!-chilló Daylo-¡Para! ¡No quiero! ¡Me duele! ¡Siento que va a salir algo! ¡Me haré pipí! ¡PARAAAAA!

-¡JAJAJAJAJAJAJAJA!-se rió Sara.

Daylo eyaculó por primera vez en su vida. El chorro de semen era muy pequeño, pues todavía estaba desarrollándose. No obstante, cayó sobre Sara, quien pudo recogerlo de su cuerpo y bebérselo con ayuda de las manos, relamiéndose con lascivia.

-Tienes una energía deliciosa.-dijo Sara-Esto es sólo el principio.

El niño cayó desplomado sobre la cama. No obstante, al haber finalizado el hechizo que lo inmovilizaba, recuperó el control sobre sí. Rodó hacia el suelo, cayéndose de la cama intencionadamente, y comenzó a correr hacia la salida de la cabaña.

-¡Que te lo has creído!-bramó Sara mientras apuntaba a la puerta de salida con las palmas de ambas manos.

La puerta se evaporó, convirtiéndose en un trozo más de pared y atrapando a Daylo, pues las ventanas estaban muy altas.

-¡Me tiraré por la ventana, bruja malvada!-chilló Daylo-¡No quiero estar contigo más! ¡Se lo diré a papá y a mamá! ¡Vendrán a por ti!

-¡Me tienes harta, mocoso insolente!-bramó la mujer.

Aún desnuda, la bruja se incorporó y levantó su mano derecha, abriendo bien la palma y dejando que sobre ella naciera una enorme y brillante bola de fuego. Fulminaría a aquel crío por desobediente y se desharía de las pruebas.

-¡AAAAAAAAAAAAAAH, NOOOOOOO!-chilló Daylo mientras lloraba con pánico.

Sara cerró el puño, apagando la bola de fuego y recapacitando.

-Tengo un castigo mejor para ti.-dijo Sara con maldad-Algo peor que la muerte. ¡Yo te maldigo!

Con su mano izquierda, apuntó a Daylo. Le lanzó un rayo de color negro que impactó contra su desnudo cuerpo.

-¿Qué me has hecho?-preguntó el niño, muy asustado porque no había sentido nada de aquel rayo.

-Transformarte en un adorable sapo.-respondió Sara con voz seductora-Conservarás tu mente, pero perderás tu cuerpo y te costará encontrar individuos con los que comunicarte. Si no quieres servirme de alimento, serás mi familiar para siempre. ¡No podrás pedirle ayuda a nadie! Sólo una bruja más poderosa que yo podría romper la maldición, pero… ¿te cuento un secreto? Las brujas somos tanto más malvadas cuanto mayor es nuestro poder mágico. ¡Te reto a que encuentres a alguien que pueda superar mi gran poder y que además quiera ayudarte y no aprovecharse de ti como yo! ¡JAJAJAJAJAJAJA!

El cuerpo de Daylo comenzó a brillar. Sintió que sus músculos se contraían. Parecía que en cualquier momento iba a hacerse más pequeño.  Su columna vertebral se estaba arqueando y acortando. Su piel se teñía de un color verdoso. Empoderada y satisfecha, Sara se acercó a él y lo abrazó mientras mutaba. La suave piel del niño estaba tomando la textura resbaladiza de la piel de un sapo. Sus brazos y piernas se estaban arqueando y tomando la forma de ancas. Sus manos y pies estaban tomando paulatinamente la forma de los propios de un sapo. Sin poder hacer nada, el niño sintió que dejaba de estar rodeado por los fuertes brazos de Sara hasta caber en sus manos. Su cabeza se estaba convirtiendo en la de un sapo, sus ojos se estaban desplazando hacia donde antes estaban sus sienes y su boca se hacía cada vez más ancha a la vez que el conjunto de su cuerpo se reducía de manera proporcionada. Antes de que la boca se transformase, Sara lo besó pérfidamente. Finalmente, la luz de su piel se apagó, revelando su nueva forma: un sapo totalmente común e indefenso.

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¿Qué os ha parecido? Espero que, al menos, no os haya dejado indiferentes. ¡Se aceptan y se agradecen todo tipo de comentarios (respetuosos, claro)! ¡Feliz inicio de semana!

1 comentario:

  1. Grandiosa historia. Excelente trama, considerando que no es sencillo relatar una relación semejante. Ojala la continues. Felicidades.

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