TAIMANIN
YAMIYUKI
Episodio 89: Recirculación
Émile se despertó con la cabeza muy dolorida.
Apenas podía seguir el hilo de los hechos, pero recordaba que había sido
derrotado a manos del Taimanin Hagane Kurobara y que, como resultado del
combate, había perdido su cabello y el conocimiento. Un rato después había sido
levemente reanimado y unos soldados Mazoku lo habían vestido con lo que quedaba
de su ropa. Tras ello, los demonios los habían traicionado, habían causado la
muerte de la sargento Layla Phoenix y se los habían llevado a sus instalaciones
con objeto de acabar con ellos. Fue en ese trayecto en el que cayó inconsciente
de nuevo hasta aquel segundo momento de despertar. Toda la sucesión ordenada de
hechos que estaba recordando daba vueltas constantemente por su cabeza como si
fuera una película repitiéndose constantemente en el proyector de su mente. A
pesar de que había sentido el rozamiento de sus párpados al replegarse y que,
por tanto, sabía que tenía los ojos abiertos, no alcanzaba a ver nada. Su vista
estaba borrosa, probablemente a causa de todo el estrés físico y mental de
aquella noche. Sólo alcanzaba a captar la circunstancia de que se encontraba en
una sala muy bien iluminada, pues la nube borrosa que percibían sus ojos tenía
un sólido fondo blanco. Poco a poco comenzó a sentir el resto de su cuerpo. Se
estaba desentumeciendo lenta pero eficientemente. A la vez que volvía a ubicar
su cuerpo, su vista se iba aclarando. Por un segundo quiso animarse por ello,
pero, al ganar verdadera consciencia de su situación, se arrepintió de haberse
despertado. Se encontraba totalmente inmovilizado en una camilla. Sus piernas
estaban separadas al doble de la anchura de sus caderas con los tobillos bien
fijados a la superficie, y sus brazos estaban separados, subidos por encima de
la cabeza, extendidos y separados al doble de la anchura de sus hombros, unidos
a la camilla por las muñecas con unos grilletes metálicos muy duros. Su cuello
no estaba atado a la camilla, por lo cual pudo mover la cabeza para mirar a su
alrededor. Se vio completamente desnudo y solo en la estancia. Cuando miró
hacia abajo para ver sus piernas, no pudo concentrarse en ellas, pues sus ojos
se volcaron, llenos de sorpresa y angustia, en un enorme aparato que estaba en
su entrepierna y dentro del cual descansaba su pene, el cual prácticamente no
podía sentir. Torció el gesto en señal de asco y, al hacer eso, notó algo en su
nariz. Trató de girar los ojos para buscar de qué se trataba y, cuando vio una
conducción con forma de tubo que se alejaba de ambos lados de su cabeza hacia
otro aparato que prefirió no mirar con detenimiento, entendió lo que llevaba
puesto en sus fosas nasales. Como médico, no le costó reconocer que era un
catéter nasal parecido a los que se usan en los centros médicos para
suministrar oxígeno a los pacientes que así lo requieren.
¿Qué
coño está pasando aquí?-pensó
el joven, aún con dolor de cabeza.
Apoyó la cabeza en la camilla, la cual, como no
esperaba que fuera de otra manera, era bastante incómoda. Al quedar sus ojos
mirando al techo, el soldado se dio cuenta de que la sala era muy alta. A
varios metros por encima de él, un trozo de pared se abrió como si fuera un
biombo, revelando una ventanilla tras él que comunicaba con otra sala.
Buenas noches, soldado.-el chico oyó una voz.
¿Quién demonios eres?-preguntó Émile.
Tranquilízate.-respondió la voz-He venido
simplemente a hacer mi trabajo. Relájate, todo irá bien.
Desde la sala que acababa de dejarse ver había
un torturador que le estaba hablando a través de megafonía. Por lo que el
soldado podía comprobar, su voz también llegaba a la sala donde estaba su
actual enemigo.
Has venido a putearme, ¿verdad?-insistió el
soldado-Bien alejado de mí y desde la protección de una pantalla que seguro que
está blindada. ¡Sois TAN valientes!
Lo importante en la guerra es doblegar a tus
enemigos.-se limitó a responder el torturador-A nadie le importa ser valiente o
tener honor.
Mira, tu discurso está empezando a darme asco y
sólo acabas de empezar.-lo cortó Émile-Haz lo que has venido a hacer y cállate.
Supongo que no tengo mucho más que perder. Hemos sido derrotados a manos de
nuestros enemigos, traicionados por nuestros aliados y hemos sufrido bajas
importantes. Además, he perdido mi pelo. ¿Crees que voy a ponerme exquisito
ahora? Esta forma de morir es un asco, pero creo que mi vida ha sido más que
satisfactoria.
¿Dices que estás dispuesto a morir?-el
torturador se sorprendió-¿Que no te importa siendo tan joven?
No me importaría seguir viviendo, pero no creo
que eso vaya a suceder.-se limitó a responder el soldado-He sido un capullo
toda mi vida, es normal que muera joven y de mala manera, o eso nos han
enseñado desde pequeños. Es probable que nadie llore mi muerte, pero estoy tan
contento de haber sido un capullo que no puedo quejarme de mucho.
Te voy a dar AHORA MISMO motivos para quejarte,
¡JAJAJAJAJAJAJAJA!-respondió macabramente el torturador.
El aparato que Émile tenía entre las piernas
comenzó a desplegarse, dejando ver que realmente era una bomba de vacío enorme.
Al estar completamente formada y sin el armazón metálico que anteriormente la
recubría, el soldado por fin pudo ver su pene a través de las paredes
transparentes de la misma. Estaba totalmente flácido, por lo que se preguntó
cómo habían conseguido introducirlo ahí.
¿Quieres ponerte cachondo una última vez antes
de perecer?-preguntó el verdugo.
Quiero que te vayas a la mierda.-respondió el
soldado taimadamente.
Consideraré esa respuesta como un “sí”.-el
torturador se encogió de hombros y pulsó unos botones del ordenador con el que
estaba trabajando.
La máquina que había detrás de Émile se activó.
Parecía una especie de bombona gigantesca de la cual salían unos tubos que se
unían al catéter nasal que llevaba el soldado. Una pequeñísima cantidad de gas
comenzó a salir hasta introducirse, gracias a los tubos, en la nariz del
soldado. Sorprendentemente, éste sólo notó un aroma muy agradable.
Una
mezcla de esencias de vainilla, nuez de Macadamia y clavo.-mentalmente, el soldado identificó rápidamente
lo que llegaba a su nariz-Huele realmente
bien. No entiendo nada, pero no voy a quejarme.
Como consecuencia del fragante, dulce y
envolvente aroma de aquella mezcla, el cuerpo de Émile comenzó a relajarse. De
pronto, el flujo se cortó, haciendo que el chico notara cómo circulaba
rápidamente un gas incoloro e inodoro a presión para aseptizar el tubo y
prepararlo para su reutilización. De manera inmediata, al acabar el flujo de
ese gas limpiador comenzó a fluir otro perfume que no tardó en oler
profundamente.
Rosa
de Bulgaria y almizcle.-pensó
Émile-Qué rico…
A pesar de que el cuerpo del chico se estaba
relajando, su mente, que quería despegar, se tropezó de nuevo contra la dura
realidad: entendió entonces lo que aquel demonio quería hacer con él. Notó cómo
su sangre entraba en su pene: estaba teniendo una potente erección.
¡Qué fácil ha sido prepararte para usar la
bomba!-se sorprendió el torturador-Tu sensibilidad a los aromas, que ha sido
siempre un arma de combate para ti, va a costarte la vida esta noche. No puedes
hacer nada para que tu erección baje: ¡estás seducido por unas fragancias de
las que no te podrás liberar!
¡Hazlo, lo estás deseando!-exclamó el soldado,
que se negaba a mostrarse débil.
El torturador activó la bomba. Émile notó una
fuerte e incómoda succión. Pronto empezaría a dolerle el pene.
Qué
incómodas son estas mierdas.-pensó
Émile-No sé quién coño se puede comprar
una para usarla en su casa.
Durante unos minutos, el militar aguantó en
silencio la succión de la bomba mientras era acribillado con diferentes
fragancias que anulaban sus intentos de resistencia.
¿Tantas ganas quieres de que me crezca la
polla?-preguntó-¿Me estás diciendo que la tengo pequeña? ¿O es que necesitas lo
de cuatro tíos como yo para llenarte?
No es para mí.-se limitó a responder el
torturador-Es una forma original de acabar con tu vida.
Las bombas de vacío se las compra la gente para
agrandarse el miembro.-respondió el soldado-No sé cómo me vas a matar con esto.
¿Por qué no bajas aquí y combatimos?
Qué ingenuos sois los humanos.-el soldado
Mazoku intensificó la potencia de la bomba mientras hablaba.
Ngh…-gimió Émile.
El chico vio que su pene estaba hinchado,
enrojecido y más lleno de sangre que de la cuenta. También vio que dentro de la
bomba se empezaban a desplazar en el sentido longitudinal, enroscándose en su
pene, unos anillos muy suaves que se deslizaban acariciando todo el miembro.
Aquella atípica y gigantesca bomba de vació llevaba incluidos unos anillos
deslizantes masturbadores que mezclaban el dolor de la succión con el placer de
un masaje, causándole una sensación muy rara y explosiva que sólo generaba un
deseo irrefrenable de librarse de ella.
Esto
no me gusta nada.-pensó el
joven militar.
¿No te da gustito?-preguntó el mercenario
Mazoku con sorna.
Me da ASCO.-contestó Émile-Verdadero asco. ¿Qué
tratas de hacer con esto? Me estás hinchando las partes en el sentido más
literal de la palabra.
No te hagas el gracioso, no te servirá de
nada.-le espetó su torturador-Tienes poco que hacer ahora mismo. Por desgracia
para ti y por suerte para nosotros, tu hora está a punto de llegar.
Sois más repetitivos que un disco roto.-Émile
se mostraba estoico-Si vas a hacer algo, hazlo ya. ¿Acaso estoy ante un perro
ladrador y poco mordedor?
Estoy haciendo lo que debo.-se limitó a
contestar el torturador-Tu cuerpo tiene que reaccionar para que mis máquinas
sigan funcionando. Voy a incrementar levemente la concentración de los perfumes
para ver qué tal te sienta.
Émile notó que los aromas que le llegaban eran
más fuertes, pero no dejaban de ser agradables. A causa de esto, su pene
comenzó a humedecerse, pues la excitación de los olores lo había hecho más
sensible.
¡Llegó el momento de la fiesta!-gritó el
torturador-¡A chupar con la aspiradora!
¿Qué?-preguntó Émile extrañado.
La bomba de vacío estaba dotada de una potente
aspiradora en el extremo superior. El líquido del pene de Émile comenzó a ser
succionado y transmitido a través de un tubo. Los anillos masturbadores
estimulaban el pene del chico para que se mojara más, la bomba lo apretaba y la
aspiradora lo obligaba a salir disparado, por lo que, en cuestión de segundos,
el militar estaba lubricando más por física pura que por placer o estimulación.
Sentía un fuerte dolor en el pene y se encontraba cada vez más mareado e
incómodo.
Esta
basura está haciendo efecto.-se
planteó el joven soldado-¿Qué será lo
siguiente?
El torturador, como si le hubiera leído la
mente a su víctima, activó el siguiente mecanismo.
¡Esto te va a encantar!-se jactó.
A Émile dejó de llegarle perfume. Notó otro
chorro de gas limpiador y, acto seguido, por el catéter comenzó a pasar un
líquido que entró forzosamente en su nariz, haciéndole toser y convulsionarse.
Como no podía mover las extremidades, su espalda se arqueó hacia arriba.
¡PUAJ!-escupió Émile-¿Qué demonios es…
El soldado se paró a pensar. Aquel líquido
tenía un olor muy familiar. Entendió que se trataba de los fluidos de su propio
pene, que estaban siendo recirculados en el interior de su cuerpo.
¡Maldito seas!-gritó el soldado entre toses y
regurgitaciones.
El pene de Émile estaba siendo obligado a
producir líquido preseminal de manera aumentada y continua y, conforme salía,
era aspirado y reconducido a su nariz, filtrándose por su garganta y causándole
incomodidad, toses y necesidad de escupir constantemente, costándole cada vez
más respirar. Su cuerpo no paraba de convulsionarse y sus músculos comenzaban a
dolerle por el deseo irrefrenable de oponerse a los grilletes.
¿A que es genial?-preguntó el torturador-Vas a
morir con tu propia baba. ¡JAJAJAJAJA! Y esto es sólo el principio.
Con fruición, el verdugo pulsó otro botón de su
aparato de control e hizo que en el catéter comenzase a mezclarse líquido
preseminal con perfumes, causándole al cuerpo y a la mente de su víctima gran
confusión y malestar. Presa de una mezcla de dolor y placer muy indeseable,
Émile sentía que iba a morir en una explosión de locura.
Te queda un tiempo de vida variable.-anunció el
verdugo-Cuanto más retengas el orgasmo, más vivirás, pero, cuando te corras,
gracias a estos aparatos vas a soltar tanta leche que, al recircular, te va a
encharcar las vías aéreas hasta que mueras ahogado. ¡JAJAJAJAJAJAJA!
Émile, que trataba de mantener la cabeza fría
para resistirse, terminó de entender el objetivo de aquella extraña combinación
de máquinas. Ese hombre llevaba razón: si llegaba al orgasmo, su propia
eyaculación lo mataría. La angustia empezó a apoderarse de él. Se trataba de
una muerte muy dolorosa, asfixiante y asquerosa.
¿Qué está pasando?-preguntó el torturador,
dejando de prestarle atención a Émile.
Por una fracción de segundo, el joven soldado
se sintió un poco más lejos de su inminente muerte. A través de la megafonía
oyó un grito de guerra y un golpe. La voz le resultó familiar, aunque no estaba
en condiciones de tratar de identificarla. Sólo vio al torturador estampado
contra la ventana que lo separaba de la sala donde se encontraba. Estaba
demasiado ocupado contrayendo todo su cuerpo para no eyacular.
¿Quién te ha dado permiso para entrar
aquí?-preguntó con furia el torturador mientras se incorporaba.
Aquel verdugo no tuvo más oportunidades de
responder. Mientras trataba de contener su orgasmo, Émile vio cómo su enemigo
era asesinado con cuatro cuchillos kunai: dos de ellos fueron lanzados contra
sus ojos, otro contra su boca y otro contra su cuello. Tras ello, una mano que
no alcanzaba a ver agarró su cuerpo del cuello de la túnica, estampándolo
repetidas veces contra la ventana, provocando así un macabro desparrame de
sangre. Después de varios golpes, finalmente el desconocido que acababa de
irrumpir allí logró romper la ventana con el cuerpo del verdugo muerto, dejando
que cayera libremente y de cabeza al suelo.
Me encanta el sonido de los cráneos y las
vértebras de los Mazoku rompiéndose al caer al vacío.-dijo la voz familiar que
había oído antes el soldado.
Émile vio cómo desconocido saltó hacia la sala
en la que se encontraba. Al acercarse al suelo, sus ojos pudieron distinguir
que se trataba de Hagane, su mayor enemigo, que había caído de pie
elegantemente en el suelo.
¡MIERDA!-gritó Émile al notar el orgasmo que no
había podido reprimir por la captación de atención que había supuesto la caída
de Hagane desde lo alto.
Su semen comenzó a entrar por su nariz, pero, a
pesar de que era incómodo y molesto, no llegó a ahogarse: Hagane había saltado
ágilmente hacia la camilla y había destrozado todos los tubos con sus abanicos.
Sin mediar palabra, cortó también los grilletes y le arrancó de la nariz el
trozo de catéter que le quedaba puesto, dejando suelto un hilo de semen que
goteaba de la nariz del maltrecho soldado.
¿Estoy
salvado?-se preguntó Émile
incrédulo-¡¿Por un Taimanin?!
Mientras su cabeza trataba de ordenarse, Émile
se dejaba arrastrar por Hagane, quien lo había levantado de la camilla y lo
había puesto de pie sujetándolo de los hombros. Las miradas de los dos jóvenes
se enfrentaron.
De nada.-se limitó a decir el Taimanin.
Con suma alegría, Hagane le propinó un potente
rodillazo en el estómago a Émile, haciéndole escupir todo el semen que le había
entrado, liberando sus vías aéreas. Tras ello, le dio la espalda y dobló con
fuerza sus brazos contrayendo sus bíceps y rotando sus hombros, clavándole los
dos codos debajo del esternón, terminando de limpiar su nariz y su garganta a
la vez que hacía que cayera al suelo.
¿La maniobra de Heimlich era mucho pedir?-se
quejó Émile llevándose las manos a su dolorido abdomen sin levantarse.
No, claro que no. Es muy fácil.-respondió
Hagane-No obstante, el que tengas que agradecerme de por vida que te haya dado
las hostias más fuertes de toda tu carrera es para mí un motivo de alegría,
algo así como que te olvides de lo que son las botellas y tengas que beber de
mi polla el resto de tu vida.
¿Y se supone que esto es mejor que
morir?-preguntó Hagane mientras respiraba con fuerza.
¡De nada, de verdad!-insistió el Taimanin-Por
cierto, vaya pedazo de rabo, ¿no?
¿Te gusta?-inquirió el soldado con sorna.
Si no le faltara el trozo más bonito,
probablemente sí.-explicó el ninja-Pero así no.
Sin hacer caso del malherido soldado, Hagane se
acercó hasta los armarios de la sala. En uno de ellos encontró la ropa de Émile
y en otro había sábanas, toallas y agua. Pensó que serían para mantener vivos a
los presos de aquella sala de tortura mientras les hacían maldades.
Con esto puedes limpiarte todo el cuerpo y
vestirte.-explicó Hagane-Si vas a venir conmigo, no quiero que vengas con la
boca llena de saliva y con la entrepierna chorreando. Un mínimo de higiene,
¿no?
¿Quién ha dicho que voy a ir contigo?-inquirió
Émile.
Yo.-contestó el Taimanin-Si aprecias
mínimamente a la teniente Margaret Johnson y no quieres que muera por tu culpa,
vendrás conmigo. Tu vida puede no importarte, pero no es la única que está en
juego con tu decisión: las de tus compañeros también lo están. Como no os
portéis bien con nosotros lo vais a lamentar. No hemos venido a salvaros por
piedad, sino para que nos debáis la vida, para que sea la última vez que nos
dificultáis las cosas y para que paguéis por todos vuestros errores garrafales.
Forma parte de nuestros principios como Taimanin el evitar al máximo posible
las muertes humanas en la guerra contra los Mazoku. Levántate, mancha todas las
sábanas y las toallas que quieras limpiándote y aprovecha que hay agua en
abundancia. Tu ropa está ahí, así que no tendrás que pasar vergüenza
arrastrando ese obelisco en el que el verdugo ha convertido a tu pene. ¿Te digo
algo para animarte? Tus tacones están aquí guardados e intactos. No se han
partido.
Está bien.-el soldado se resignó.
Hagane le dio la espalda durante unos minutos
para que no se sintiera observado mientras se limpiaba y se aseaba. Émile notó
que dolor en el pene apenas le dejaba moverse, pero estaba haciendo acopio de
fuerzas para evitar verse en una deuda mayor con una persona a la que había
llegado a odiar. Al terminar de vestirse, arrancó un cable de la bombona de los
perfumes, provocando un escape. Dejó que el aroma lo impregnara, tratando de
limpiar todo lo que le habían ensuciado aquella noche. Tras ello, el Taimanin
señaló la puerta.
Probablemente te hayan metido aquí por esa
puerta.-dijo-Por donde yo he venido no hay ni rastro de los tuyos. Dado que
habrás llegado aquí inconsciente, es mejor que salgamos por donde tú has
entrado y busquemos a los demás.
Vale.-respondió Émile sin ni siquiera mirarlo.
El rítmico y penetrante sonido de los tacones
de ambos jóvenes cruzó y abandonó la sala a través de aquella pesada puerta.
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