TAIMANIN
YAMIYUKI
Episodio 90: Eléctrico
Por uno de los pasillos de las inmensas
instalaciones de los Neo-Nómadas caminaban dos mercenarios.
¡Qué pringados esos militares
estúpidos!-comentaba uno de ellos-Esta noche vamos a acabar con todos y nos
vamos a divertir a su costa. Si lo hubieran sabido, habrían confiado en los
Taimanin antes que en nosotros, ¿te lo imaginas?
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!-rió el otro-Una coalición
entre Taimanin y militares… ¡menuda mezcla! En fin, vamos a trabajar un poco.
¿En qué sala está el que nos toca?
En la siguiente puerta a la derecha.-contestó
el primer mercenario que había hablado-Nos han pedido que por favor le demos su
merecido a uno de estos críos antes de matarlo.
¿Quién de ellos es el nuestro?-le preguntó su
compañero.
El pequeñajo.-contestó el otro
mercenario-Christian Miller. Pequeñajo en comparación con el resto de sus
compañeros, claro.
¿El que sólo se distingue de un niño pequeño
por la altura?-el segundo mercenario se estaba frotando las manos con
malicia-¿Ese chavalín con cara de corderito degollado? ¡Me va a encantar ver su
rostro desfigurándose del dolor!
Los dos mercenarios llegaron a la puerta,
abriéndola a su paso. Dentro estaba Christian tumbado en una camilla y atado de
pies y manos. No le habían quitado la ropa, pero le habían desabrochado la
chaqueta, dejando ver su tronco, así como los pantalones, quedando al
descubierto sus calzoncillos. Eran de un tejido similar a la microfibra y de un
color rojo rosado.
La
tranquilidad dura poco.-pensó
Christian al ver a aquellos mercenarios entrar en la sala-Si es que esto se puede considerar una posición tranquila, claro.
Veo que estás despierto, Christian Miller.-dijo
uno de los mercenarios a modo de saludo-Eso está bien. Sería una pena enorme
que estuvieras dormido y no pudieras sufrir de primera mano.
Más os vale que os dejéis de tonterías,
malditos demonios.-dijo Christian entre balbuceos.
O, si no, ¿qué?-le espetó el otro
mercenario-Estás muerto de miedo. No eres más que un niño.
Prefiero ser un niño antes que un monstruo como
vosotros.-el soldado intentó plantarles cara a los dos Mazoku, pero sabía que
no tenía la actitud de sus compañeros-¿A qué habéis venido?
A darte muerte.-respondió uno de los
mercenarios-Deja de hacerte el valiente: ni sabes ni puedes.
He sido entrenado como un militar de
élite.-dijo el soldado en voz alta para tratar de tranquilizarse-Incluso si
estoy desarmado y mi cuerpo se halla inmóvil, tengo más herramientas para
defenderme de vosotros.
Sé realista, ¿quieres?-intervino el otro
mercenario-No vas a hacernos nada. ¡No hay manera de que lo hagas!
Tienen
razón.-pensó Christian presa
del agobio-No hay mucho que pueda hacer
ahora mismo. Si al menos no estuviera atado, podría defenderme. Son dos, pero
yo sé combatir.
Se va a mear encima, ¡JAJAJAJAJAJAJA!-comentó
entre risas uno de los mercenarios al ver la cara de estrés del soldado.
Creo que nos han encargado hacer que se moje
con otras cosas…-le contestó su compañero.
Sin que Christian pudiera hacer nada, los
mercenarios comenzaron a prepararse para la tortura: en un carro de quirófano
colocaron varios instrumentos y algunos frascos llenos de líquidos de diversos
colores.
Esto es lo primero que hay que inyectarle,
¿verdad?-le preguntó un mercenario a otro agarrando un frasco.
Sí, eso es.-respondió el otro mercenario
mientras encendía unas máquinas de la sala.
Para disgusto del soldado, el mercenario sacó
una jeringuilla de una caja y la llenó con el líquido del frasco. Acto seguido,
se acercó a él con ella en la mano.
¿Qué pretendes hacer?-preguntó Christian sin
poder apartar la mirada de la jeringuilla.
Drogarte un poco para que pruebes nuestra
máquina en condiciones.-respondió el mercenario buscando las ingles del
soldado.
Instintivamente, Christian cerró las
piernas en la medida que los grilletes
de sus tobillos se lo permitían.
No voy a dejarte que me claves eso en la
ingle.-dijo con rebeldía-Estoy despierto y en funcionamiento.
Qué ingenuo es este chico…-suspiró el
mercenario mientras buscaba con la mirada a su compañero-¡Eh! ¡Activa los
grilletes adicionales!
Sin mediar palabra, el otro mercenario pulsó un
botón de una consola de control. De la camilla de Christian salieron dos placas
metálicas que le separaron las piernas y se cerraron en forma de grilletes a la
altura de sus rodillas, dejándole ambas extremidades inferiores separadas. En
sus codos aparecieron dos grilletes similares para impedir el movimiento de
dichas articulaciones.
Recuerda que después habrá que desactivarlos
para poder ver y filmar cómo se retuerce.-dijo el mercenario que estaba a cargo
de las máquinas-Órdenes de arriba, así que ponle la inyección rápido.
¿Qué?-pensó Christian mientras notaba sus ojos
abiertos como platos.
Ahora está chupado.-se limitó a decir el
mercenario que estaba con Christian mientras le ponía la inyección en una
ingle.
¡Ngh!-se quejó el chico.
Notó que el líquido se mezclaba con su sangre.
Sin ningún tipo de deseo subyacente, su pene comenzó a endurecerse. Asustado,
el soldado vio el creciente bulto en sus calzoncillos. En muy pocas ocasiones
había tenido una erección tan fuerte y rápida. Su ropa interior se rompería si
aquello seguía así.
Como si le hubiera leído la mente, el
mercenario le arrancó los calzoncillos de un tirón. Su pene salió a relucir,
erecto y vigoroso, describiendo un elegante abanico hacia arriba en señal de
liberación por la presión de la tela de la ropa interior.
. . .-Christian se enrojeció sin saber qué
decir ni qué hacer.
El soldado tenía un miembro viril muy
estilizado. Era delgado como el resto de su cuerpo, pero no en exceso: mantenía
una figura elegante y armonizada con las demás partes de su anatomía. También
era muy largo y no se inclinaba hacia ningún lado en especial, por lo que se
mantenía en una vertical solemne y poco frecuente, casi totalmente perpendicular
al suelo. Tampoco tenía casi ninguna curvatura hacia arriba, por lo que
permanecía recto como un mástil. Como la inmensa mayoría de los hombres
estadounidenses, estaba circuncidado, pero no tenía una cicatriz notable, sino
un degradado suave de tonos en la piel, creando una especie de mosaico irisado
junto con las líneas azuladas y violáceas de sus vasos sanguíneos. El tamaño de
aquel pene estaba fuera de lo común, pero se veía aún más grande por la
chocante disonancia entre su gran desarrollo y el aspecto suave y aniñado en el
rostro del chico. Sus testículos no eran excesivamente grandes y no tenían
demasiada caída, se mantenían bastante recogidos a ambos lados del pene,
formando un triángulo isósceles casi perfectamente trazado con el glande como
tercer vértice.
Esto será interesante.-comentó el
mercenario-Hay mucha superficie para “tratar”.
Los dos Mazoku se miraron y comenzaron a reír.
¡Dejadme en paz!-chilló Christian tratando de
soltarse-¡Dejad a un lado vuestras perversiones!
Con pena, el soldado comprobó que sus
extremidades no se movían. Estaba fuertemente inmovilizado, y sólo su abdomen,
marcado y cuadriculado, se contraía.
Tranquilo.-dijo uno de los mercenarios-Nosotros
no vamos a hacerte nada. Sólo vamos a grabar los hechos y a reírnos un rato.
¿Cómo
que no van a hacerme nada?-se
preguntó el militar-Esto me da muy mala
espina.
El mercenario que estaba más cerca de los
aparatos de control pulsó un botón. Del techo bajó una estructura ligera pero
de aspecto amenazador. Su aspecto recordaba al de una araña con las patas
dobladas, pero tenía más de ocho apéndices. Parecían estructuras articuladas de
barras y en sus extremos había electrodos. Como si aquella cosa tuviera ojos
para ver, desplegó sus apéndices articulados y rodeó el pene de Christian,
fijándole los electrodos.
¡Dale!-pidió el soldado que había inyectado la
droga en el cuerpo del militar, que estaba más lejos de los mandos-¡Vamos a ver
cuánto tarda en llorar y buscar a su mamá!
Con una sonrisa perversa, el mercenario pulsó
un botón verde. Por la máquina que había rodeado el pene del soldado comenzó a
pasar corriente, haciendo que sintiera una sensación incómoda, molesta y
dolorosa.
¡Qué
desagradable!-pensó el chico-¡Es horrible! ¡Quiero que se acabe cuanto
antes!
Parece que lo está tolerando.-dijo el
mercenario que estaba más cerca del soldado-Tiene cara de asco, pero poco más.
No lo veo sufrir debidamente.
Lo hará.-respondió el otro mercenario-Quiero
que su cuerpo se acostumbre a las corrientes lo suficiente como para que se
mantenga consciente para poder hacer que sufra largo y tendido sin preocuparnos
por si se desmaya o se muere antes de tiempo.
Eso no
suena nada bien.-Christian se
encontraba muy asustado y sólo dialogaba consigo mismo.
El mercenario Mazoku que había encendido el
aparato se giró hacia el militar.
Este invento es una joya.-explicó-Hemos
modulado la emisión de corriente eléctrica para que no sea letal pero conserve
todas sus capacidades para causar dolor. La parte en la que se colocan los electrodos
actúa como conductora, transmitiendo la energía al resto del cuerpo y dando
lugar a una tortura integral.
De manera súbita y dolorosa, el chico notó un
aumento en la intensidad de corriente. Comenzó a dolerle el pene y, a su través,
se le empezó a entumecer todo el cuerpo.
¡NNNNNNNNNGHHH!-gimió.
¡Es más duro de lo que parece!-comentó
sorprendido el otro mercenario.
No lo será por mucho tiempo.-el mercenario que
controlaba las máquinas se encontraba muy tranquilo-La electricidad afecta más
que notablemente al corazón humano. Cualquier evento que suponga una subida de
pulsaciones verá su efecto cardíaco multiplicado, provocando una explosión.
¿QUÉ?-chilló Christian mientras trataba de
resistirse a las corrientes eléctricas.
Digamos que tu tiempo de vida depende en cierta
manera de ti.-explicó el mercenario-Si te pones nervioso, si tratas de
resistirte, si forcejeas, etcétera, tus pulsaciones subirán, y esta energía
multiplicará tu frecuencia cardíaca hasta hacer que tu corazón reviente. Esto
no excluye la eyaculación. Como te dejes llevar por la estimulación, eres
hombre muerto.
Christian empezó a sudar. Necesitaría un
milagro para salvarse. La corriente era cada vez más intensa. Su vista se
nublaba, pero, entre parpadeos, distinguió una cámara de vídeo en una de las
esquinas de la sala. Se preguntó desde cuándo estaría allí.
¡Suéltale los grilletes de los codos y las
rodillas!-pidió el mercenario que estaba más cerca de la camilla-¡Vamos!
El militar notó que sus ataduras se reducían,
pero deseó que no le hubiera sucedido aquello, pues ahora sus instintos no
encontraban represión alguna y sus brazos y piernas comenzaban ahora a
bambolearse dentro de las restricciones que encontraba en sus muñecas y
tobillos. Si no lograba calmar su cuerpo, sus pulsaciones comenzarían a subir y
moriría: ya notaba cómo se le aceleraba el corazón peligrosamente. No paraba de
sudar, por lo que su ropa se humedecía y se sentía cada vez más incómodo.
¡Un
momento!-pensó Christian.
El ver que su ropa se manchaba de sudor le dio
una idea. Tal vez si manchaba los electrodos, éstos perderían su adhesión a la
piel de su pene y se vería libre de aquella tortura, al menos el tiempo
suficiente como para dejar que su corazón descansase.
No me
puedo creer que esté pensando esto ahora mismo, pero es una estrategia más.-pensaba el joven militar-Por la forma de mi pene, si eyaculo en esta posición, el semen caerá
hacia abajo por acción de la gravedad. Mojaré los electrodos y dejaré de estar
en peligro. Es mi única opción: conozco mis eyaculaciones y sé que ahora mismo
expulsaría un chorro lo suficientemente caudaloso como para dejar inservibles
esas cosas sucias y asquerosas. Hace varios días que no me masturbo y parece
ser que va a suponer una ventaja en esta guerra.
¿Qué coño le pasa?-preguntó uno de los
mercenarios-¡Se está relajando!
¡No lo entiendo!-añadió el otro-¡Las corrientes
no paran de intensificarse!
¡No
hay mayor tranquilidad que la de un ingeniero que encuentra la solución al
problema al que se enfrenta!-pensó
Christian, envalentonado por primera vez desde que aquello empezó-Si relajo todo mi cuerpo y aguanto el dolor,
mi corazón podrá aguantar la subida de pulsaciones de mi eyaculación el tiempo
suficiente como para acabar con esos electrodos. A juzgar por la forma que
tienen los mecanismos de fijación, no aguantarán la humedad y la temperatura
del semen humano sin deformarse y despegarse, pues son de un tipo especial muy
sensible que he visto en otro tipo de máquinas. Jamás me explicaron durante mis
estudios ingenieriles que iba a verme derrotando las creaciones de otros
ingenieros con un chorro de semen. Me parece ridículo, arriesgado y
descabellado, pero, si van a matarme, ¿qué menos que luchar hasta el final?
¿Por qué está cada vez más tranquilo?-los
mercenarios estaban desquiciados y no paraban de escandalizarse.
Relájate.-se dijo el militar-Cuanto menos tenses tu cuerpo, menos te dolerá. La electricidad contrae
los músculos, así que, si los contraigo yo también, sólo me haré más daño. Esto
duele como el demonio, pero tengo que aprovechar la oportunidad que me he
brindado. Liberarme de los grilletes será otra cosa, pero, al menos, se acabará
este dolor horrible.
El corazón de Christian no se ralentizaba,
pero, al menos, no había seguido acelerándose. El chico trató de oponerse al
dolor y concentrarse en las sensaciones de su pene para buscar, entre el dolor,
un pequeño atisbo de placer para eyacular y destrozar los electrodos.
¡Oigo voces!-el soldado estaba tan concentrado
que creyó oír una voz fuera de la sala-¡Aquí está pasando algo! Creo que están
hablando de una tortura. ¡Vamos a entrar!
De acuerdo.-respondió secamente otra voz.
¡ESA
VOZ!-Christian se sorprendió
muy positivamente.
La alegría de haber escuchado esa voz hizo que
su corazón se acelerase. Al estar contento, pudo encontrar, incluso habiendo
perdido el deseo de buscarlo, un cosquilleo placentero en su pene.
¡No,
ahora no!-pensó el militar
apretando el suelo pélvico.
La puerta se abrió de un golpe. Sólo asomó una
pierna por ella, dando a entender que la habían desencajado de una patada.
Christian pudo reconocer perfectamente ese tacón tan característico, propiedad
del dueño de la voz que acababa de brindarle esperanza. Émile había irrumpido
en la sala. Lo seguía Hagane Kurobara, un Taimanin, su enemigo.
¡Chris!-gritó Émile horrorizado-¡Chris! ¿Qué te
están haciendo?
¡QUÍTAME ESTO!-chilló Christian-¡ESTOY EN
PELIGROOOOOOOO!
¡Aguanta, Chris, ya voy!-gritó Émile mientras
corría hacia la camilla.
¡No tan rápido!-los torturadores le salieron al
paso-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Asustados, los mercenarios Mazoku vieron cómo
sus pies se despegaban del suelo: estaban flotando sobre burbujas de aire.
Molestáis.-siseó Hagane mientras hacía que las
burbujas se movieran siguiendo las líneas que dibujaba en el aire con sus
manos.
¡NGHHHHH!-gimió Émile al tratar de arrancarle
los electrodos a Christian.
¡Apaga la máquina!-gritó la víctima, presa de
la emoción-¡ME DARÁ UN INFARTO SI NO TE DAS PRISA! ¡LA TIENES AL LADO, VAMOS!
Émile se giró hacia la consola de control y
pulsó todos los botones de parada que encontró, haciendo que la estructura se
replegara y la tortura de Christian cesase.
Los mercenarios reventaron las burbujas de aire
con fuego azul, cayeron de pie en el suelo y corrieron hacia Émile, quien corrió
hacia ellos, saltó, giró sobre sí mismo dos vueltas completas, en la tercera
embistió a uno de los dos con una patada giratoria y en la cuarta embistió al
otro con una patada similar, aterrizando elegantemente tras ello. Sin perder
tiempo, ambos se levantaron y volvieron a cargar contra el soldado, quien los
rechazó a base de patadas y consiguió separarlos.
¡Os mataré, traidores hijos de puta!-chilló el
joven rubio.
Se encaró a uno de los mercenarios y lo arrolló
con una elegante y poderosa cadena de patadas. Cuando por fin lo tiró al suelo,
levantó amenazadoramente su pierna derecha y la dejó caer sobre su cabeza,
astillándole el cráneo. Acto seguido, saltó hacia el otro soldado y lo desarmó
con unas cuantas patadas giratorias. Al ver que tenía la pared cerca, lanzó un
puñetazo contra el abdomen de su enemigo, colocándole la espalda contra dicha
pared y aprovechando la presión para dislocarle el cuello con un pie.
Así aprenderéis…-siseó el soldado entre jadeos.
Tras matar a los dos torturadores, Émile se
giró hacia Christian y corrió hacia él.
¡Chris!-exclamó-¿Estás bien?
Digamos que estoy fuera de peligro.-respondió
el otro soldado mientras se recuperaba.
Nunca
me había llamado “Chris”.-pensó-Lo noto demasiado cariñoso y cercano para lo
que es él. ¿Quizás esta experiencia cercana a la muerte le ha hecho valorar su
vida y las de los que le rodean? Sea como sea, me agrada que se refiera a mí
así.
¿Qué te han hecho?-preguntó Émile mientras
palpaba el cuerpo de su compañero en busca de heridas-¿Estás ileso?
Digamos que “sólo” ha sido la
corriente.-explicó Christian-No tengo más que el dolor y la angustia que esto
me ha hecho pasar.
Mientras asentía, Émile acarició el pene de su
compañero con la mano. Lo notaba perjudicado y muy caliente, por lo que trató
de atemperarlo y relajarlo con el contacto de su mano.
¡NO!-gritó Christian enrojeciéndose-¿Qué haces?
Sin poder evitarlo, el soldado eyaculó. Un
enorme y majestuoso chorro de semen cayó en vertical hacia el techo,
deformándose y cayendo antes de tocarlo, lloviendo sobre el pecho de su dueño.
Nunca había eyaculado así: parecía que su cuerpo cantaba un himno de victoria.
Tras ese chorro siguieron varios más, también cargados de fuerza. Sentía mucha vergüenza,
pero no pudo evitar disfrutarlo, pues su cuerpo le estaba recordando el placer
de estar vivo.
¿Estás contento?-preguntó Christian con el rostro
ruborizado mientras notaba cómo caía más semen sobre su pecho y su abdomen.
¿Lo siento?-se preguntó Émile, sorprendido, sin
poder camuflar una expresión de extrañeza y alegría-Sólo quería que te
relajaras antes de que tu corazón sufriera.
¿Por qué no me quitáis los grilletes y me
dejáis que me limpie?-preguntó el otro militar, aún sin poder mirar a la cara a
su compañero.
Lamento interrumpir vuestra reunión
familiar.-terció Hagane-Christian Miller, vienes con nosotros.
¡Por supuesto que voy con vosotros!-respondió
el soldado-¡No voy a quedarme aquí solo!
Me refiero a que vienes con nosotros, con los
Taimanin.-explicó el ninja-Sois nuestros rehenes y cumpliréis lo que os
pediremos a cambio de la vida de Margaret Johnson, quien se encuentra presa en
manos de nuestros camaradas.
No me importa, de verdad.-respondió Christian
con una humildad sincera-Es nuestra culpa que todo esto haya pasado. Haremos lo
que esté en nuestras manos por salvarnos y ayudaros.
Émile, que había ayudado a Christian a
levantarse tras quitarle los grilletes, se volteó hacia él con ira.
¿Es así lo rápido que traicionas a la
patria?-preguntó.
¡No, Émile!-exclamó Christian-¡La tierra que
nos vio nacer no querría vernos morir tontamente! ¡Apoyando a los Taimanin nos
salvamos a nosotros mismos! ¡Hemos estado equivocados todo este tiempo! Desde
que esto empezó me he sentido engañado y utilizado, y no ha habido ni un solo
combate que no me haya hecho sentir culpable.
¿Te estás oyendo?-preguntó Émile sin dar
crédito a las palabras de su compañero.
Émile, para.-respondió Christian sin levantar
la voz-Me has llamado “Chris” por primera vez en tu vida. ¿No te das cuenta de
que hasta en tu frío y duro corazón han hecho mella? Nunca hemos sido los
héroes de esta historia. Si te consideras todo lo inteligente que un soldado
puede ser, entenderás esto y aprenderás de la experiencia para mejorarte a ti
mismo. No serás un peor efectivo por ello, sino todo lo contrario.
¿Cómo lo has hecho?-preguntó Émile furibundo
girándose hacia Hagane-¡Le has lavado el cerebro!
Yo no he hecho nada.-contestó el Taimanin
encogiéndose de hombros.
¡Te voy a…-le amenazó Émile apretando el puño y
dirigiéndose hacia él.
¡Basta!-exclamó Christian agarrando a su
compañero del hombro para que no avanzara-Hagane es un buen hombre.
¿Acaso lo conoces?-preguntó Émile.
¿Acaso lo conoces tú?-Christian rebatió a su
compañero de manera tajante.
Émile bajó el puño.
Nos ha salvado la vida.-dijo Christian-Y no
trates de argumentarme que a mí me has salvado tú. Claro que lo has hecho, ha
sido un gesto precioso y heroico, pero lo has podido hacer porque él te ha salvado.
Un mal hombre no habría salvado a quien estuvo a punto de matarlo. ¡Hagane es
un buen hombre!
Lo que vosotros digáis.-Émile se dio por
vencido-Tápate un poco y vámonos de aquí.
Christian echó mano del agua que había en la
sala para limpiarse el semen, se abrochó los pantalones y la chaqueta y se
dispuso a salir con su compañero y Hagane de aquel lugar.
Gracias por tu colaboración, soldado.-dijo
Hagane al ver al chico pasar por su lado-Veo que has recapacitado. ¿Estás
seguro de que vas a hacer lo que te pidamos?
No creo que sea peor que lo que estos demonios
tenían pensado para nosotros.-respondió Christian mirando solemnemente a los
ojos a quien hasta hacía unas horas fue su enemigo-Tampoco creo que sea peor
que andar sin calzoncillos hasta nueva orden.
El joven soldado esbozó una sonrisa tras ese
último comentario. Hagane se rió levemente. Los tres chicos abandonaron aquella
sala en busca del resto de los militares.