Mis queridos lectores:
He decidido titular "Die Hexe" ("La bruja" en alemán) a este pequeño episodio. Si bien es el primer episodio, es probable que no haya segundo, pues es una obra experimental. Como sabéis, ésta es casa de variedad sexual y narrativa erótica. Hoy se ha puesto en contacto conmigo un chico que se dedica a dibujar y me ha cedido unos personajes pidiéndome que escriba una historia con ellos cumpliendo una serie de exigencias en el argumento y con la presencia de unas determinadas escenas y un determinado final. Os dejo con los fetiches de este colaborador y con la realización bajo mi pluma de su idea en formato escrito. Los personajes, el argumento y la idea original son producción de Daylo. El trabajo de ambientación, narrativa y elaboración de la historia según el esqueleto trazado por Daylo ha sido cortesía mía, así como también lo han sido las ya familiares y omnipresentes escenas sexuales que caracterizan la inmensa mayoría de mis textos. Nos acabamos de conocer, es domingo, he terminado pronto de cumplir con mis quehaceres y me ha parecido interesante llevar esto a la práctica. No sabemos qué más podrá salir de esto, pero siempre está bien probarse a uno mismo y escribir algo diferente. Sin más dilación, Daylo y yo os dejamos con...
Die HEXE
Episodio 1: Encuentro
Daylo se había perdido. Aunque
todavía era un niño, tenía el suficiente entendimiento como para comprender que
el juego se le había ido de las manos. Había salido a jugar al aire libre con
algunos de sus amigos del lugar en el que vivía. Travieso pero sin maldad, el
pequeño Daylo sólo quería hacer que sus acompañantes tuvieran que esforzarse un
poco en el juego del escondite. No obstante, se sobreesforzó de manera
inconsciente y acabó perdiendo la referencia del camino que habían recorrido
sus amigos y él desde el pueblo hasta el pequeño bosque donde habían ido a
jugar. Todavía no poseía un sentido de la orientación muy desarrollado y, en
resumidas cuentas, no dejaba de ser un niño. Separado de sus amigos y de toda
señal perceptible de su camino de vuelta, Daylo se encontró en medio de la nada
sin ningún tipo de compañía.
-. . . -el pequeño se limitó a
suspirar mientras miraba a su alrededor sin saber qué hacer.
Tenía miedo. Se sentía solo y
desprotegido. Sabía que las lágrimas no tardarían en amenazar con brotar.
Estaba cansado de dar vueltas. Cansado y dolorido, pues tanto él como sus
amigos habían dejado sus zapatos en el tocón que siempre solían utilizar como
mesa de juegos, por lo que iba descalzo en aquel forzoso e indeseado periplo
por la lejanía. Sus pequeños y redondeados pies estaban cansados y doloridos.
Como aún no había terminado de desarrollar su cuerpo, el pequeño Daylo carecía
de la resistencia física necesaria para sobreponerse a esa situación. Las
ramas, las hojas y las pequeñas piedras que había en el suelo no dejaban de
molestarle. Sus pies todavía estaban creciendo, por lo que su arco plantar
todavía no estaba totalmente definido y su resistencia a largos paseos todavía
era pequeña. Juzgando por lo que veía, parecía que había dejado atrás el bosque
donde siempre jugaban: había entrado en terreno inexplorado para él.
-Mamá, papá, chicos…-suspiró
Daylo con tono lastimero mientras continuaba avanzando.
Comenzaba a caer la tarde. Le
daba muchísimo miedo que se hiciera de noche. Todavía había luz en el cielo,
pero le aterraba la idea de quedarse solo y a oscuras a la intemperie. No sabía
si haría frío, si llovería o incluso si caería una tormenta. No iba muy
abrigado y le preocupaba que su única ropa fuera insuficiente. Llevaba una
chaqueta de color naranja con una estrella estampada de color morado. Era una
de sus prendas favoritas: su colorido y su forma le hacían sentir contento, y
agradecía llevarla en aquel momento difícil. Por suerte, tenía puestos unos
pantalones vaqueros, menos débiles que los de otros tejidos, por lo que podrían
aguantar hasta que un rayo de esperanza se apareciera ante él. La suave brisa
vespertina mecía su abundante, limpio y brillante cabello de color verde. Se le
habían quedado enganchadas algunas ramas pequeñas en él, pero era lo que menos
le preocupaba. Con sus redondos y adorables ojos de color morado se dedicaba a
otear el horizonte en busca de alguien que pudiera ayudarle o algún lugar
iluminado.
. . .
-Ohhhh, ¡pobrecito!-hablaba en
voz alta a pesar de encontrarse sola en su cabaña-¡Este niño se ha perdido!
Tengo que echarle una mano, no puedo dejar que vague por estas zonas sin ayuda.
Sin perderse un solo detalle,
seguía observando al niño perdido a través de su bola de cristal. Se negaba
tajantemente a dejarlo a la deriva en aquel lugar tan peligroso para individuos
como él.
. . .
Daylo continuaba perdido. Uno de
sus amigos le enseñó un juego al que podía jugar en soledad y que, según le
contó, servía para ahuyentar la tristeza y pasar a estar contento rápidamente.
No obstante, en aquel momento no terminaba de recordarlo, pues le pareció
extraño, ya que nunca había hecho nada así en un juego. Para evitar hacerlo
mal, decidió continuar sin hacerlo. No sabía por qué, pero el haber pensado en
aquella explicación de su amigo había hecho que sintiera un cosquilleo por todo
el cuerpo. La sensación que experimentó no fue de gran trascendencia ni
utilidad, pero reencendió en cierta medida sus ganas de seguir adelante y
ralentizó el avance del miedo y las lágrimas. Mientras caminaba y trataba de
hacer caso omiso al dolor de sus pies, observó que el paisaje que lo rodeaba
cambiaba gradualmente. Según le habían enseñado en el colegio, aquello en lo
que estaba entrando era un pantano. El suelo que pisaba comenzaba a estar
húmedo. El contacto con el barro le resultaba desagradable. Al niño no le
gustaba la humedad. Decidió dar varias vueltas a los bajos de sus pantalones,
dejando al descubierto sus tobillos y la parte inferior de sus tibias para no
mojarse la ropa mientras caminaba. Trataría de no pisar las zonas encharcadas,
pero se temía que en algunos momentos fuera inevitable. No quería que sus
pantalones se mancharan, le daba asco y, además, temía resfriarse si continuaba
caminando al aire libre y se le mojara la ropa.
-¡!-Daylo se sorprendió
fugazmente.
Había visto una luz. Algo se
había encendido no muy lejos de su posición. En el horizonte distinguía una
tenue línea luminosa. Echó a andar tratando de alcanzarla a la vez que
intentaba no pisar las áreas totalmente mojadas. En aquel pantano reinaba una
gran mezcla de aromas naturales. Daylo podía sentir el olor de la tierra
mojada, los aromas de las plantas que crecían en la zona y el olor arrastrado
por la brisa, cargado de las fragancias de los árboles altos que había dejado atrás.
Sin embargo, cuanto más cerca se hallaba de la luz, más sentía que cambiaba el
olor que sentía su nariz. Le llegaban ráfagas que le sugerían un cambio de
entorno. Comenzaba a notar un equilibrado y atractivo olor a hierbas aromáticas
y especias. Aquello le hizo pensar que se estaba acercando a la casa de alguna
persona que podría estar cocinando o preparando algún ungüento medicinal. Motivado por aquel hallazgo, el pequeño
siguió avanzando. Guiado por el olfato y la vista, no tardó en vislumbrar una cabaña
bastante grande y bien cuidada. A su alrededor crecía un jardín con flores
atractivas y coloridas que no se veían en el resto del pantano. Parecían obra
de algún hechizo por lo fuera de lugar que estaban. Su olor era fragante y
volátil. Viajaba arrastrado por la brisa e infundía en Daylo un firme deseo de
acercarse. Al comprobar que había una luz que salía desde el interior de la
cabaña a través de sus ventanas, el niño dejó de tener miedo: lo había pasado
tan mal que estaba deseando encontrar a un adulto y explicarle el problema que
había tenido. Estaba seguro de que sus padres y sus estaban muy preocupados y
tratando de encontrarlo. Por algún extraño motivo, el pequeño se quedó
obnubilado mirando las flores, olvidándose de llamar a la puerta, que se abrió
sin que él se acercara, por lo cual se asustó.
-¡Ah!-exclamó Daylo, nervioso,
retrocediendo con un pequeño salto.
Se quedó mirando fijamente a la
puerta para ver a la persona que saldría por ella. Era una mujer.
-Hola, pequeño.-susurró la habitante
de la cabaña con una sonrisa amable.
El niño trató de poner una
sonrisa encima de su cara de sorpresa. Aquella mujer era muy alta y tenía un
cuerpo muy llamativo. Su piel era verde y sus brillantes ojos eran amarillos
con dejes anaranjados. Ostentaba una larguísima melena morena, lacia y
abundante. Vestía de color negro con un vestido muy ceñido y provocativo, sin
mangas, dejando ver sus hombros y sus brazos. Su pronunciado escote realzaba
sus prominentes, redondos y altaneros senos. La estrechez de su cintura y la
anchura de su cadera y sus glúteos formaban un contraste que se veía
acrecentado por la parte baja de su vestido, que terminaba en la mitad de los
muslos. Calzaba botas muy altas de tacón, cubría su espalda con una larga y
pesada capa y en su cabeza llevaba un enorme sombrero cónico. Se ajustó con
mimo el nudo de la capa, momento en el que Daylo observó con sorpresa lo largas
que eran sus uñas.
-Ho…hola.-tartamudeó el niño.
-¿Te has perdido, guapo?-preguntó
la mujer-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Daylo.-respondió el
pequeño-Me he perdido. He salido del pueblo con mis amigos, me he alejado
jugando al escondite y he acabado aquí. No sé cómo volver a casa. ¿Podría
ayudarme, señorita?
-¡Pobrecito!-se sorprendió la
chica con tono acaramelado-¡Por supuesto que te ayudaré, cariño! Me llamo Sara.
¿Por qué no entras a casa y te calientas un poco? Está empezando a hacer frío y
podrías pillar un catarro. Las noches aquí son bastante duras. Te prepararé
algo para cenar.
-Vale.-susurró Daylo sin creerse
la suerte que había tenido. La mirada no dejaba de írsele hacia las flores.
-¿Te gustan mis flores?-preguntó
Sara con una sonrisa mientras se arrodillaba para estar más cerca de Daylo-¿Por
qué no coges unas pocas y se las llevas a tu mamá para ayudarle a que se le
pase el susto por lo que te ha sucedido esta tarde?
El niño arrancó un pequeño puñado
de aquellas coloridas y llamativas flores brillantes y entró a la cabaña con
Sara. En su mano llevaba flores rojas, azules, moradas, amarillas, blancas,
naranjas, celestes y rosas.
-Puedes dejarlas aquí.-Sara le
tendió un jarrón con agua al niño para que pusiera las flores.
Tras colocar las flores en agua y
dejar el jarrón encima de un mueble, el niño miró a su alrededor. La cabaña
estaba distribuida de manera bastante similar a un estudio: las habitaciones, a
excepción del baño y el dormitorio, no eran independientes. Había una mesa
redonda, varias sillas, un sofá, un dormitorio independiente con una cama muy
amplia, distintos aparadores, una cocina totalmente equipada y una puerta que
daba al cuarto de baño. Dentro de la casa olía mucho a hierbas aromáticas. La
fragancia del ambiente era notable, pero no pesada, y constaba de una mezcla de
tomillo, romero, eneldo y lavanda.
-Siéntate en la cama,
corazón.-ofreció la mujer amablemente-Es más cómoda que el sofá. Te traeré agua
caliente para que puedas descansar los pies. Has debido de sufrir mucho andando
por ahí descalzo.
Daylo se sentó en el borde de la
cama y esperó a que Sara le llevase un recipiente bastante hondo lleno de agua
caliente. Como los pies del niño no llegaban al suelo desde la cama, la dueña
de la cabaña apoyó la palangana en un taburete para que el pequeño pudiera
introducir los pies.
-¿Está muy caliente?-preguntó
Sara.
-Así está bien, gracias.-respondió
Daylo con una adorable y candorosa sonrisa.
La sensación del agua caliente en
sus pies le estaba ayudando a relajarse. Estaba comenzando a sentirse a gusto y
en armonía con Sara, quien estaba siendo amable y hospitalaria con él.
-Estoy preparando sopa de
verduras para cenar.-dijo la dueña de la cabaña-¿Te gusta o te preparo otra
cosa?
-¡Me encanta!-una sonrisa se
dibujó en el rostro del pequeño-¡Mamá siempre me la prepara después de jugar
con mis amigos durante toda la tarde! Me hace muy feliz.
-Lo sé, corazón.-respondió Sara
con una sonrisa-Espero que la mía también te guste.
-¿Cómo lo sabe, señorita Sara?-se
sorprendió el pequeño-Nunca le he hablado de mamá.
-Me refiero a que sé que tu madre
cocina para ti con mucho amor y estoy seguro de que te hace feliz. Todas las
madres lo hacen.-sonrió Sara-Y, por favor, no es necesario que me trates de
usted, llámame simplemente Sara. ¡No soy tan mayor!
Ciertamente Sara se conservaba
muy bien y era realmente bella y atractiva, pero algo en ella daba a entender
que tenía más años de los que aparentaba.
-Lo siento, señorita Sara.-se
disculpó el pequeño-Mamá no me deja hablar de otra forma, ¡dice que está mal!
-Habrá que hacerle caso a mamá
entonces.-Sara se encogió de hombros con una sonrisa-¡Ya casi está la sopa!
La mujer se dirigió a la cocina,
asió una cuchara semiesférica para servir sopa y apartó una ración de la olla
en un cuenco para su invitado. Acto seguido, agarró el cuenco con ambas manos y
se lo llevó al niño a la cama.
-Bebe un poco.-le
aconsejó-Estarás destemplado y necesitas conservar tu calor corporal.
El niño tomó un sorbo del caldo.
Le resultó extraordinariamente sabroso. Parecía que aquella amable y dulce
mujer sabía cocinar muy bien. Disfrutó tanto aquella sopa que se la bebió rápidamente.
-Estaba muy buena.-comentó Daylo
con una sonrisa-¡Gracias, señorita Sara!
-No hay de qué, Daylo.-respondió
la mujer-¿Por qué no me dejas que te lave la ropa? Se te habrá humedecido
durante el paseo con el pantano.
-N…no es necesario…-tartamudeó el
pequeño, notando que se ruborizaba.
-Vamos, Daylo, no seas
vergonzoso.-Sara le sonrió-Soy maestra en una escuela del pueblo vecino. Estoy
acostumbrada a ayudar a los niños a cambiarse de ropa.
Daylo se quedó pensativo. No se
había mojado, pero sí era cierto que la ropa se había humedecido con el aire
del pantano y la notaba fría y pesada. Se quitó la chaqueta y los pantalones y
se los tendió a Sara con mucha vergüenza. Se quedó en ropa interior: llevaba
una camiseta blanca de manga corta y unos calzoncillos de color marrón chocolate con líneas rosadas.
-Pobrecito, qué mal lo estás
pasando.-dijo Sara-Toma, para que no cojas frío. Encenderé también la chimenea.
Sara se quitó la capa y envolvió
a Daylo con él. Tras ello, se llevó la ropa a una pila con agua para lavarla.
El pequeño estaba distraído observando y palpando la capa de Sara, por lo que
no se dio cuenta de que ésta había encendido la chimenea chasqueando los dedos.
-¡Guau! ¡Pesa mucho pero es muy suave! Y, ¡huele de maravilla!-pensaba
el pequeño mientras jugaba con la tela.
La capa olía a una mezcla de
flores y frutas. Parecía que aquella mujer tenía la ropa muy bien cuidada. Los
toques de jazmín y melocotón hacían que el pequeño se sintiera relajado. Unas
notas más profundas de ciruela y patchouli activaban en cierto modo su atención
y su curiosidad. Mientras el pequeño se entretenía con la capa, Sara volvió a
entrar en el dormitorio.
-He tendido tu ropa cerca de la
chimenea.-le explicó-Pronto estará seca y lista para que te la vuelvas a poner.
¿Qué tal si nos vamos a dormir?
-Me encuentro raro…-se quejó el
pequeño-… no tengo sueño, pero estoy cansado. Me siento sin fuerzas…
-Durmamos.-dijo Sara-Debes de
estar empezando a resfriarte. Mañana estarás mejor si entras en calor ahora.
-Señorita Sara, yo puedo dormir
en el sofá.-dijo el niño con incomodidad-Ésta es su cama.
-No seas bobo, corazón.-respondió
Sara con una sonrisa, no tan dulce como las anteriores-Vamos a dormir los dos
juntos.
-Pero…-por alguna razón, Daylo
comenzaba a asustarse.
-No tengas miedo, mi niño.-la voz
grave y poderosa de Sara comenzó a perder las notas de dulzura y cariño que
llevaba arrastrando todo el tiempo-Lo vamos a pasar muy bien.
Con gracia y sensualidad, Sara se
dejó caer en la cama y tomó a Daylo entre sus brazos, tumbándolo suave y
lentamente. Lo atrajo entonces hacia sí con firmeza pero sin excesiva fuerza.
-¿Qué está haciendo?-preguntó
Daylo-Me gusta dormir suelto, no me gusta estar apretado…
-Déjate querer, mi
pequeñín.-respondió Sara-Vamos a pasar una noche muy agradable.
El joven e inocente Daylo no
entendía nada, pero se sentía muy atacado y no sabía cómo defenderse. Empezaba
a sentir mucho miedo de Sara.
-S…s…señorita Sara, ¡por
favor!-Daylo intentaba forcejear, pero su cuerpo no le dejaba.
-Relájate.-le pidió la mujer
mientras se volteaba y se quedaba a cuatro patas encima del niño-Voy a hacer
que te sientas mejor.
Con total control de sus
movimientos, Sara giró vehementemente el cuello hacia la derecha, haciendo que
se le cayera el sombrero al suelo y permitiendo que su infinita melena regara y
rodeara al pequeño. Acto seguido, apoyó firmemente las palmas de las manos en
el colchón, flexionó sus codos e hizo que su cuerpo bajara hacia el de Daylo,
pegándose a él y acercando sus ingentes pechos a su rostro.
-No…-balbució el niño-…pare, por
favor.
-Tranquilízate.-dijo Sara-No voy
a hacerte nada malo.
El niño comenzó a verse
embriagado por el perfume de Sara. La fragancia que despedía su cuerpo era muy
adulta y grave, como su voz, su cuerpo y su personalidad. Olía a frutas muy
maduras, a musgo blanco, a cardamomo, a clavo, a incienso. El pequeño Daylo no
sabía que estaba siendo sometido a un efecto afrodisíaco. Su cabello también
emitía un olor fragante y arrebatador.
-…-el niño no encontraba palabras
para responder a esa mujer que parecía haberlo atrapado en una trampa.
Con un suave vaivén, Sara comenzó
a acariciar el cuerpo de Daylo desde arriba hacia abajo con sus senos y con su
plano y endurecido abdomen. Cuando el cuerpo de aquella mujer rozó sus
calzoncillos, el pequeño recordó el juego que le había enseñado su amigo y le
entraron ganas de hacerlo en aquel momento, pero sentía que no era lo correcto
hacerlo con esa mujer delante.
-No quiero hacer esto…-pidió
Daylo con una mueca febril y llorosa en su rostro-…no lo entiendo… no está
bien…
-Claro que lo está,
pequeño.-susurró Sara mientras despojaba al pequeño de su camiseta con ayuda de
sus afiladas uñas, dejándolo en calzoncillos.
-Señorita Sara, no me desnude,
por favor.-pidió el niño, quien se sentía cada vez más acosado y extrañado.
-¿Por qué?-se preguntaba Sara extrañada-¿Por qué se resiste tanto? Las flores que he utilizado para atraerlo,
las hierbas anuladoras de la voluntad que incluí en la sopa… ¿qué hace que este
niño sea tan fuerte contra mis hechizos?
Taimadamente, Sara decidió
seducir al niño de otra manera.
-Quiero hacerte una pregunta.-dijo
la mujer-¿Me ves hermosa?
-Sí.-respondió casi
automáticamente el pequeño Daylo.
-¿Hermosa como una flor?-insistió
Sara.
-Sí.-reiteró el niño.
-Entonces…-siseó la mujer de piel
verde-…déjame explicarte que las flores hermosas tenemos espinas y que te
puedes pinchar con ellas.
Sara colocó su mano derecha en la
entrepierna del niño, masajeándola.
-¿Qué está haciendo?-preguntó
Daylo con lágrimas en los ojos.
-Aliviar todos tus miedos y
dolores.-explicó Sara con una voz seductora-Hacer que olvides el mal rato que
has pasado esta tarde.
El niño no quería continuar con
aquello, pero era cierto que su entrepierna estaba respondiendo y dándole
mensajes de lo contrario. No entendía lo que estaba sucediendo. Sara hizo una
pausa, se incorporó levemente y se quitó las botas, dejándolas apartadas al
lado de una de las patas de la cama. Acto seguido, dobló sus brazos hacia
atrás, mostrando el sensual y perfecto contorno de sus hombros, y se bajó la
cremallera del vestido, que no tardó en quitarse con vehemencia, lanzándolo por
los aires. Cubría sus zonas íntimas con un conjunto de lencería de color negro
con adornos de encaje. Su voluptuoso y enorme cuerpo destacaba sobremanera
sobre el del pequeño Daylo. Tras quedarse casi desnuda, la mujer continuó masajeando
la entrepierna del joven. Estaba totalmente blanda.
-¿Todavía no has llegado a esa
fase?-preguntó Sara con curiosidad.
-¿Qué fase?-Daylo cada vez
entendía menos lo que estaba viviendo.
-¿Tu cosita se ha puesto dura
alguna vez?-Sara fue totalmente explícita.
El niño se ruborizó y no supo qué
responder.
-¿Sabes?-insistió la mujer-Eres
fuerte.
-No la entiendo, señorita
Sara.-se quejó Daylo, incapaz de defenderse.
-No te estoy obligando a nada de
esto.-explicó la mujer-Puedes detenerme. No me opondré.
Daylo no podía moverse. No
entendía por qué, pero no podía defenderse de la mujer que lo acosaba.
-Así que realmente quieres que te
lo haga.-se sorprendió la mujer-Eres fuerte, ¡pero no lo suficiente!
Sara levantó su mano derecha y
generó en ella una bola de energía brillante de colores rosa y morado. Le sopló
y se convirtió en un polvo que aterrizó grácilmente sobre el niño, atontándolo
con su olor. Acto seguido, puso la misma mano en el abdomen del niño y le
insufló su magia a través de una luz emitida por su palma.
-Nadie puede contra los encantos
de una bruja.-dijo Sara entre sensuales risotadas.
-¿Una bruja?-se sorprendió Daylo.
Sus padres siempre le habían
dicho que las brujas no existían. Parecía que no llevaban razón. Nada de lo que
Sara le hacía tenía explicación sin creer en la magia.
-Mi hechizo de atracción pronto
hará efecto.-dijo Sara con satisfacción mientras continuaba masajeando la
entrepierna de Daylo.
Notó que debajo de aquellos
calzoncillos de diseño infantil se estaba dibujando una erección. Daylo sabía
que eso le había pasado alguna vez, pero no sabía lo que significaba y le daba
mucha vergüenza decírselo a aquella mujer.
-Veamos qué es lo que tienes, mi
niño.-dijo Sara con fingida dulzura, maquillando con orgullosa hipocresía su
lascivia y su lujuria.
La bruja le bajó los calzoncillos
al niño. Tenía un pene bastante pequeño dada su edad, pero estaba totalmente
erecto. Era corto y fino, y dibujaba una marcada curva hacia arriba, como si
fuera un plátano. Sus testículos eran muy pequeños y estaban muy recogidos,
apenas pesaban. No tenía nada de vello en la zona, pues aún se tenía que
desarrollar. La forma del pene de Daylo era redondeada, pues, al estar poco
desarrollado, todavía no sobresalía demasiado el cuerpo esponjoso desde la zona
central de los cuerpos cavernosos. Su prepucio estaba muy tenso, pues todavía
estaba creciendo y no se retraía solo durante la erección, si bien sí dejaba
ver el extremo del glande ligeramente.
-¡Qué adorable!-exclamó la
bruja-¡Estas pollas son mis favoritas! ¡JAJAJAJAJAJAJA! Me alimentaré de tu
energía a través de la lujuria, pequeño. Eres un mosquito dentro de una planta
carnívora.
-¡NO!-chilló Daylo entre
llantos-¡PARE!
Con los dedos pulgar e índice de
la mano derecha, Sara masajeó el prepucio de Daylo. El niño se sintió invadido
por una sensación de placer físico que lo llenó de culpa y temor. La bruja
trató de retraer esa tensa y brillante piel en aras de comprobar si podía
descubrir el glande o todavía era demasiado pequeño para ello. Para su
sorpresa, el prepucio del joven bajaba hasta abajo, dejando al descubierto el
brillante y redondeado glande, que todavía estaba muy sensible dado su poco
uso. Conforme Sara le subía y le bajaba el prepucio, Daylo sentía sensaciones
electrizantes que hacían que todo su cuerpo se viera invadido por un
cosquilleo. Parecía que su columna vertebral se había convertido en un cable
eléctrico.
-¡No quiero más!-gritaba el niño.
-¡Cállate!-Sara se cansó de ser
amable-¡Eres mi presa! ¡Deja de resistirte!
La bruja se arrancó el sujetador
y las bragas y se quedó desnuda encima del niño. Comenzó a masturbarlo con la
mano a la vez que acariciaba su pequeño pene haciendo círculos con la lengua.
-Su cuerpo está inmovilizado, pero su mente se niega a rendirse a mis
poderes.-pensaba la bruja-¿Qué clase
de don tiene este niño?
-¡No quiero que esta bruja juegue conmigo!-pensaba Daylo con rabia e
impotencia-¡No puedo moverme, pero no
quiero ser ningún juguete! ¡Tengo miedo! ¡Ayuda!
Sara acercó su vulva al pene de Daylo.
Estaba muy cuidada, y su verdosa piel lucía tersa, brillante y depilada.
Comenzó a acariciar el pequeño pene del niño con sus labios vaginales,
basculando la pelvis con un movimiento de vaivén para hacer que los labios
acariciaran toda la longitud del pene de su víctima. Mientras tanto, con las
manos le acariciaba el pelo.
-¡Ríndete!-exclamó la
bruja-¡Serás mío quieras o no!
-N..n…-tartamudeó Daylo-… ¡NO!
¡Suéltame, bruja!
-¡Maleducado!-gritó Sara
enfurecida-¿No decías que tu madre no te dejaba hablar así?
-¡Mi madre nunca me enseñó a ser
el juguete de nadie!-exclamó Daylo mientras lloraba-¡Déjame ir!
-¡Ni en tus mejores sueños!-bramó
Sara.
Agarró la cabeza del niño con
ambas manos y lo incorporó, apretándole la cabeza contra sus senos. Instintivamente,
el niño comenzó a lamer los senos de la bruja, buscando los pezones.
-¿Qué estoy haciendo?-se sorprendió Daylo-¡No quiero hacer esto! ¡Debe de ser obra de la magia de Sara!
En un instante de lucidez, Daylo
notó que había recobrado el poder sobre su cuerpo, por lo que empujó a Sara y
se apartó de ella y de sus ingentes senos.
-¡Déjame en paz!-gritó-¡Me voy de
aquí!
-¡Se acabó el jueguecito,
granuja!-le espetó Sara.
Alzó su mano izquierda, haciendo
que el cuerpo del niño se quedara flotando en el aire. Acto seguido, chasqueó
los dedos, haciendo que una nube de gas rosado envolviera su piel. Esta nube
tomó la forma de una mano que agarró su pene y comenzó a masturbarlo con
movimientos tan expertos que hasta un hombre adulto tendría problemas para aguantar
el deseo de eyacular.
-¡AAAAAH!-chilló Daylo-¡Para! ¡No
quiero! ¡Me duele! ¡Siento que va a salir algo! ¡Me haré pipí! ¡PARAAAAA!
-¡JAJAJAJAJAJAJAJA!-se rió Sara.
Daylo eyaculó por primera vez en
su vida. El chorro de semen era muy pequeño, pues todavía estaba
desarrollándose. No obstante, cayó sobre Sara, quien pudo recogerlo de su
cuerpo y bebérselo con ayuda de las manos, relamiéndose con lascivia.
-Tienes una energía
deliciosa.-dijo Sara-Esto es sólo el principio.
El niño cayó desplomado sobre la
cama. No obstante, al haber finalizado el hechizo que lo inmovilizaba, recuperó
el control sobre sí. Rodó hacia el suelo, cayéndose de la cama
intencionadamente, y comenzó a correr hacia la salida de la cabaña.
-¡Que te lo has creído!-bramó
Sara mientras apuntaba a la puerta de salida con las palmas de ambas manos.
La puerta se evaporó,
convirtiéndose en un trozo más de pared y atrapando a Daylo, pues las ventanas
estaban muy altas.
-¡Me tiraré por la ventana, bruja
malvada!-chilló Daylo-¡No quiero estar contigo más! ¡Se lo diré a papá y a
mamá! ¡Vendrán a por ti!
-¡Me tienes harta, mocoso
insolente!-bramó la mujer.
Aún desnuda, la bruja se
incorporó y levantó su mano derecha, abriendo bien la palma y dejando que sobre
ella naciera una enorme y brillante bola de fuego. Fulminaría a aquel crío por
desobediente y se desharía de las pruebas.
-¡AAAAAAAAAAAAAAH,
NOOOOOOO!-chilló Daylo mientras lloraba con pánico.
Sara cerró el puño, apagando la
bola de fuego y recapacitando.
-Tengo un castigo mejor para
ti.-dijo Sara con maldad-Algo peor que la muerte. ¡Yo te maldigo!
Con su mano izquierda, apuntó a
Daylo. Le lanzó un rayo de color negro que impactó contra su desnudo cuerpo.
-¿Qué me has hecho?-preguntó el
niño, muy asustado porque no había sentido nada de aquel rayo.
-Transformarte en un adorable
sapo.-respondió Sara con voz seductora-Conservarás tu mente, pero perderás tu
cuerpo y te costará encontrar individuos con los que comunicarte. Si no quieres
servirme de alimento, serás mi familiar para siempre. ¡No podrás pedirle ayuda
a nadie! Sólo una bruja más poderosa que yo podría romper la maldición, pero…
¿te cuento un secreto? Las brujas somos tanto más malvadas cuanto mayor es
nuestro poder mágico. ¡Te reto a que encuentres a alguien que pueda superar mi
gran poder y que además quiera ayudarte y no aprovecharse de ti como yo!
¡JAJAJAJAJAJAJA!
El cuerpo de Daylo comenzó a
brillar. Sintió que sus músculos se contraían. Parecía que en cualquier momento
iba a hacerse más pequeño. Su columna
vertebral se estaba arqueando y acortando. Su piel se teñía de un color
verdoso. Empoderada y satisfecha, Sara se acercó a él y lo abrazó mientras
mutaba. La suave piel del niño estaba tomando la textura resbaladiza de la piel
de un sapo. Sus brazos y piernas se estaban arqueando y tomando la forma de
ancas. Sus manos y pies estaban tomando paulatinamente la forma de los propios de
un sapo. Sin poder hacer nada, el niño sintió que dejaba de estar rodeado por
los fuertes brazos de Sara hasta caber en sus manos. Su cabeza se estaba
convirtiendo en la de un sapo, sus ojos se estaban desplazando hacia donde
antes estaban sus sienes y su boca se hacía cada vez más ancha a la vez que el
conjunto de su cuerpo se reducía de manera proporcionada. Antes de que la boca
se transformase, Sara lo besó pérfidamente. Finalmente, la luz de su piel se
apagó, revelando su nueva forma: un sapo totalmente común e indefenso.
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¿Qué os ha parecido? Espero que, al menos, no os haya dejado indiferentes. ¡Se aceptan y se agradecen todo tipo de comentarios (respetuosos, claro)! ¡Feliz inicio de semana!
Grandiosa historia. Excelente trama, considerando que no es sencillo relatar una relación semejante. Ojala la continues. Felicidades.
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